El gobierno de ese país cree que para atraer el turismo internacional necesitan tener montañas más altas. El paisaje chato, las ciudades planas, las lomas escasas que salpican los pocos sitios de interés no son suficientes. Dice el gobierno de ese país que la gente, al menos la gente que sale a hacer turismo, quiere vértigo.
Con los ahorros de generaciones, el gobierno compra enormes volúmenes de piedra de países vecinos. Bandadas de helicópteros gigantes trasladan tonelada tras tonelada de piedras y las dejan caer en sitios designados de antemano como los más promisorios para contener montañas.
Poco a poco el paisaje se va haciendo más oblicuo, más imprevisible. El gobierno construye miradores en sitios clave, y rápidamente el turismo internacional inunda el país con cámaras de fotos, camisas coloridas y dólares. No todavía por las montañas, que crecen lentamente, sino para contemplar el espectáculo único, un poco sobrecogedor, irrepetible, de su creación.
Así van las cosas durante un tiempo. Hay superávits. Hay reelecciones. Brotan hoteles y restaurantes de lujo. Prosperan las agencias de viajes.
Hasta el día en que el último helicóptero suelta la última piedra y se va para siempre.
Unos pocos grupos de turistas demorados aprecian el perfil de las nuevas montañas, alaban o critican el diseño, toman las últimas fotos. Luego se van, y para sorpresa del gobierno no hay nuevos turistas que vengan a reemplazarlos.
De pronto, los aeropuertos y las rutas internacionales vuelven a estar vacíos. En los hoteles limpian inútilmente las habitaciones sin ocupar. Los restaurantes mantienen la comida congelada hasta un poco más allá del tiempo prudente.
¿Qué pasa?, se preguntan los titulares catástrofe en los diarios, y también la gente en las esquinas, y el primer ministro.
Mientras tanto, en los países vecinos, las canteras profundas cavadas durante la extracción de las piedras se fueron tapizando de árboles para convertirse en bosques misteriosos, o llenando de agua hasta formar lagos de ensueño, o cubriendo con la pátina tentadora que suele tener lo subterráneo. Rápidamente, el turismo internacional decidió que las nuevas montañas no eran nada en comparación con estos paisajes sorprendentes, y con la ayuda de hábiles campañas publicitarias y ofertas de cómodas cuotas, obligó al gobierno del país sin suerte a desarrollar nuevos planes.
20/5/16
15/5/16
¿Por qué lo dejo para mañana? Cien razones
Hoy hace frío.
Hoy hace calor.
Estoy cansado.
Tengo sueño.
Tiré una moneda y salió mañana.
Es tarde.
Hoy no me va a salir.
Me tienen que contestar algo.
Lo tengo que pensar mejor.
Mañana sale el sol.
Mañana va a llover.
Hoy estoy ocupado.
Hoy tengo día libre.
Mañana es lunes.
No tengo ganas.
Recibí órdenes de extraterrestres.
Me duele la cabeza.
Me lo dijo Zeus.
Hoy hace calor.
Estoy cansado.
Tengo sueño.
Tiré una moneda y salió mañana.
Es tarde.
Hoy no me va a salir.
Me tienen que contestar algo.
Lo tengo que pensar mejor.
Mañana sale el sol.
Mañana va a llover.
Hoy estoy ocupado.
Hoy tengo día libre.
Mañana es lunes.
No tengo ganas.
Recibí órdenes de extraterrestres.
Me duele la cabeza.
Me lo dijo Zeus.
7/5/16
Desamor
Te desabrigo
Te desacomodo
Te desacoplo
Te desactivo
Te desadapto
Te desafino
Te desafío
Te desagio
Te desagrado
Te desahucio
Te desajusto
Te desaliento
Te desacomodo
Te desacoplo
Te desactivo
Te desadapto
Te desafino
Te desafío
Te desagio
Te desagrado
Te desahucio
Te desajusto
Te desaliento
6/5/16
Destacados ALIJA 2015
Hoy, viernes 6 de mayo, es la entrega de los Destacados ALIJA 2015. Formé parte de un jurado que trabajó bien, a conciencia, comprometido, y en el que terminamos haciéndonos amigos, con Cecilia Bettolli, Daniela Azulay, María Wernicke y Gloria Candioti. Esta noche se van a leer los fundamentos que escribimos, y en los próximos días se publicarán online. Pero más allá de esos fundamentos, vale la pena contar algunas cosas, y lo hago en nombre del jurado en conjunto:
1) Como cada año, los libros participantes fueron solo los libros que las editoriales mandaron a ALIJA. Muchísimos, pero no todo lo publicado.
2) En dos categorías simplemente no hubo candidatos: Libro para Bebés y Novela Gráfica. En rigor, entonces, más que desiertas quedaron vacantes.
3) Nos parece que la otra categoría desierta, Traducción, sería mejor si fuera Libro Traducido. En ese caso no solo se tendría en cuenta la traducción en sí, sino de qué libro se trata, de modo más abarcador.
4) Estamos convencidos de que hace falta la categoría Libro Ilustrado, en la que se premien libros por el conjunto de su contenido (texto, ilustración, diseño) y no solo por una parte. Esa categoría es más amplia que la existente Libro Álbum. Las bases no nos permitieron crearla, pero sí agregar un destacado "fuera de categoría". Ese libro, _Los equilibristas_, es nuestro elegido como Libro Ilustrado. Esperamos que ALIJA incluya la categoría el año que viene. Estamos agradecidos a la Comisión Directiva de ALIJA por la confianza que nos tuvo y por la completa libertad de la que disfrutamos.
1) Como cada año, los libros participantes fueron solo los libros que las editoriales mandaron a ALIJA. Muchísimos, pero no todo lo publicado.
2) En dos categorías simplemente no hubo candidatos: Libro para Bebés y Novela Gráfica. En rigor, entonces, más que desiertas quedaron vacantes.
3) Nos parece que la otra categoría desierta, Traducción, sería mejor si fuera Libro Traducido. En ese caso no solo se tendría en cuenta la traducción en sí, sino de qué libro se trata, de modo más abarcador.
4) Estamos convencidos de que hace falta la categoría Libro Ilustrado, en la que se premien libros por el conjunto de su contenido (texto, ilustración, diseño) y no solo por una parte. Esa categoría es más amplia que la existente Libro Álbum. Las bases no nos permitieron crearla, pero sí agregar un destacado "fuera de categoría". Ese libro, _Los equilibristas_, es nuestro elegido como Libro Ilustrado. Esperamos que ALIJA incluya la categoría el año que viene. Estamos agradecidos a la Comisión Directiva de ALIJA por la confianza que nos tuvo y por la completa libertad de la que disfrutamos.
5/5/16
El hombre quieto
El hombre está en el pasillo de los lácteos y las galletitas, de espaldas a La Serenísima. Tiene el cuerpo inclinado hacia adelante, la mano apoyada en el borde de un estante, la mirada fija en las Oreo. Ya lo vi cuando pasé buscando yogur. Ahora que tengo varias cosas en el canasto y vuelvo porque me olvidé de la mermelada, resulta que sigue en el mismo lugar, en la misma posición.
Debe tener cincuenta años. Pelo casi blanco, poca altura, flaco. A la luz gris se lo ve pálido, pero todos estamos pálidos en este sitio. Tiene puesto un saco de lana verde oscuro, pantalones de vestir de un marrón claro como los que compré una vez y me quedaron cortos, zapatos negros. Toda ropa vieja, se nota en cómo cae y en cómo abultan los bolsillos.
Voy hacia atrás: queso rallado, un tomate. Pasillo del medio: fideos, salsa lista. Antes de ir a buscar el papel higiénico me asomo rápido y compruebo que el hombre sigue en el mismo lugar. Supongo que respira, pero no se nota. Se me ocurre que podría avisarle a alguien, pero ¿qué puedo decir? Tengo miedo de hacer, sin querer, de policía. No me gustaría que el chino del mostrador fuera a reclamarle algo.
La sensación es que nadie se da cuenta de que el hombre lleva minutos inmóvil. Sin embargo, mientras espío distingo al carnicero, salido de su corral, que espía también desde la otra punta del pasillo.
No es asunto mío. Voy a la caja. Saludo a la cajera, que se está gritando con el del mostrador y no me contesta. Pido una bolsa de plástico. Dejo el canasto en la pila. Se me ocurre que podría decir que me olvidé algo para ir una vez más a ver si el hombre se mueve, pero no lo hago. Pago, agradezco, me voy mientras los chinos siguen gritando.
Esta noche, en sueños, soy yo el hombre inmóvil que espera lo que no existe.
Debe tener cincuenta años. Pelo casi blanco, poca altura, flaco. A la luz gris se lo ve pálido, pero todos estamos pálidos en este sitio. Tiene puesto un saco de lana verde oscuro, pantalones de vestir de un marrón claro como los que compré una vez y me quedaron cortos, zapatos negros. Toda ropa vieja, se nota en cómo cae y en cómo abultan los bolsillos.
Voy hacia atrás: queso rallado, un tomate. Pasillo del medio: fideos, salsa lista. Antes de ir a buscar el papel higiénico me asomo rápido y compruebo que el hombre sigue en el mismo lugar. Supongo que respira, pero no se nota. Se me ocurre que podría avisarle a alguien, pero ¿qué puedo decir? Tengo miedo de hacer, sin querer, de policía. No me gustaría que el chino del mostrador fuera a reclamarle algo.
La sensación es que nadie se da cuenta de que el hombre lleva minutos inmóvil. Sin embargo, mientras espío distingo al carnicero, salido de su corral, que espía también desde la otra punta del pasillo.
No es asunto mío. Voy a la caja. Saludo a la cajera, que se está gritando con el del mostrador y no me contesta. Pido una bolsa de plástico. Dejo el canasto en la pila. Se me ocurre que podría decir que me olvidé algo para ir una vez más a ver si el hombre se mueve, pero no lo hago. Pago, agradezco, me voy mientras los chinos siguen gritando.
Esta noche, en sueños, soy yo el hombre inmóvil que espera lo que no existe.
(Gracias a Matías Acosta por la ilustración.)
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