Mi libro de cuentos La Ciudad de las Nubes (Edelvives, Buenos Aires, 2011) recibió una mención en los Premios Nacionales 2012, rubro Literatura Infantil. Gracias gracias gracias: a quienes reinstauraron los premios tras años de ausencia; al jurado (¡qué lista de nombres!); a Laura Giussani, editora del libro; y, claro, a los amigos.
El primer premio fue para Pablo De Santis, por su libro El juego del laberinto. ¡Felicitaciones para Pablo y todos los ganadores!
En el sitio de la Secretaría de Cultura está la información completa: la lista de ganadores en todos los rubros, los miembros de cada jurado (¡el de literatura infantil fue un lujo, hay que ver los nombres!), los detalles de la ceremonia de entrega, etc. También hay una galería de fotos en Flickr, de donde reproduzco el momento en que recibí mi diploma de la Subsecretaria de Cultura, Marcela Cardillo:
Hablando de amigos: en esta foto están, de izquierda a derecha, Natalia Méndez, Luis Pescetti (tratando de esconderse), Violeta Noetinger, Verónica Sukaczer (que recibió el Segundo Premio) y Verónica Chamorro. (Foto por Carina Sukaczer.)
Y claro, la tapa del libro:
20/11/12
13/10/12
La nueva edición del Bichonario
Acá está. Lo tengo. Se consigue en librerías. ¡Alegría!
Gracias a Laura Giussani, Coordinadora del Área de Literatura de Macmillan, y a Karina Echevarría, Editora de la colección, que hizo un trabajo enorme y espléndido.
Bichonario. Enciclopedia ilustrada de bichos.
Textos e imágenes: Eduardo Abel Gimenez y Douglas Wright.
San Isidro, Cántaro, 2012. Colección Hora de Lectura.Gracias a Laura Giussani, Coordinadora del Área de Literatura de Macmillan, y a Karina Echevarría, Editora de la colección, que hizo un trabajo enorme y espléndido.
28/9/12
No reply
Mi versión instrumental de la canción de los Beatles, hecha en 1992 con el Kawai K1 y el Roland D-110. La idea fue, con la letra ausente, poner el sentido de lo que dice por encima de todo.
El mp3 se puede bajar de Archive.org.
Fragmentos de la letra que me sirven de coartada:
El mp3 se puede bajar de Archive.org.
Fragmentos de la letra que me sirven de coartada:
"This happened once before,Para quien no tiene (o no conoce) la versión original: es fácil encontrarla en YouTube.
When I came to your door,
No reply.
(...)
I tried to telephone,
They said you were not home,
That's a lie.
(...)
I nearly died!
I nearly died!"
25/9/12
24/9/12
Un pájaro en la ventana de la cocina
¿Alguien me dice de qué especie es? (Triste esto de no entender nada de pájaros.)
Actualización: Gracias a Claudia Degliuomini (en los comentarios) y a Francisco González Táboas (por mail, vía Natalia Méndez), ahora sé que es una ratona común, Troglodytes aedon. Canta así. ¡Maravilla!
Ciudades
Música instrumental de 1989, hecha con un sintetizador Kawai K-1 y un sequencer Kawai Q-80. (Se puede también escuchar o bajar en Archive.org.) (Para quien no tenga tiempo o ganas de escuchar los 40 minutos, sugiero los temas 3, 4 y 5, no necesariamente en ese orden.)
Más música de esa época, y más datos sobre cómo la hice, en la Mágica Web:
Más música de esa época, y más datos sobre cómo la hice, en la Mágica Web:
23/9/12
Mi abuelo paterno
Mi abuelo paterno, Eduardo Giménez, en una foto sin fecha (probablemente de los años '20 del siglo pasado). No lo conocí. Murió el 30 de diciembre de 1942, cuando mi padre tenía 18 años. Fue obrero textil.
22/9/12
Maqueta de "Mis días con el dragón"
El lunes pasado estuve en el Instituto Sáenz, de Lomas de Zamora, donde más de sesenta chicos, con sus maestras, leyeron mi libro Mis días con el dragón. Me recibieron muy bien, me hicieron muchas preguntas, me dieron dos carpetas con sus dibujos del dragón, me invitaron con café y masitas. Una fiesta.
Pero hubo algo más, inesperado. Una familia, por propia iniciativa, hizo esta maqueta. Y no solo eso: me la regalaron.
Pero hubo algo más, inesperado. Una familia, por propia iniciativa, hizo esta maqueta. Y no solo eso: me la regalaron.
Tiene unos 55 cm de ancho. Está hecha de telgopor, palitos de helado, papeles, tela...
Incluye una planta auténtica, con su maceta...
Una biblioteca...
Está el narrador (¿o el autor?) leyendo...
... mientras el dragón escucha atentamente.
Una joya. Una sorpresa. Y ni siquiera sé el nombre de quienes dedicaron tanta creatividad (y trabajo) para que yo tuviera el placer de traer este objeto único a mi casa.
Estoy muy agradecido a todos. A quienes hicieron la maqueta. A los chicos que leyeron el libro, a las maestras que los guiaron y acompañaron, a la escuela que me invitó y me trató tan bien. Y también a Daniel Lopes, de Crecer Creando, que tuvo la paciencia de llevarme, estar, traerme, y conversar en el camino.
7/9/12
Aceituna
La blanquecina luz de la lunaAsí empieza una poesía con la que alcancé (digamos) la fama, a los nueve años, cuando gané el Primer Concurso de Poesía Infantil de Ramos Mejía.
que ilumina una pared de mi casa
torna de un color aceituna
a todo automóvil que pasa.
El concurso se hizo un domingo, en la plaza principal, entre la estación y la iglesia. Había un Concurso de Pintura Infantil, que se venía haciendo cada año, y esa vez le agregaron el de Poesía.
La plaza era una fiesta de chicos con pinturitas y hojas canson, vistosos, creativos, llevados y vigilados por sus padres, que de a poco los convencían de abandonar esas manchas abstractas para hacer casitas, árboles, banderas, el retrato de la familia.
En medio del tumulto, los pequeños escritores, seguramente pocos, sin color y sin despliegue, éramos invisibles.
A los pocos días anunciaron la lista de premiados. Nueve en pintura, tres en poesía. La entrega de los premios se hizo en la sala del club que organizaba todo. Club o sociedad de fomento, no sé. Había mucha gente.
En el escenario, varios adultos y un micrófono. Empezaron llamando, uno por uno, a los ganadores del concurso de pintura. Cuando era una nena le daban una muñeca. Pero cuando era un chico le daban una pelota de fútbol. Una pelota de verdad, de cuero, número cinco.
Chico tras chico volvían a sus asientos cargados, bendecidos, con una de esas pelotas maravillosas.
En mi barrio nadie tenía una pelota así. Había una en la escuela, que yo no había tocado. Una pelota así cambiaba la vida.
Llegó el momento de los premios de poesía. Los tres premios de poesía. Yo, pequeño escritor, el primero. Subí al escenario pensando en cómo me presentaría después ante mis amigos, convertido por magia poética en dueño de la pelota. Me imaginaba las caras.
Un adulto me recibió. Otro me acercó el micrófono para que agradeciera. Y otro más se puso a mi lado con el premio en las manos. Abrí la boca. No supe qué decir.
El del premio extendió las manos hacia mí con el gesto pomposo de quien quiere hacer las cosas realmente bien.
Y así fue que me entregaron, con ese gesto un poco condescendiente, un poco asustado, ese gesto de quien va en auxilio de un alma perdida, ese gesto de vendedor de autos usados, con ese gesto me entregaron, decía, con ese gesto cruel, cruel, tan cruel, una lapicera.
[Leí este texto en público, ayer, en la librería Eterna Cadencia, dentro de las "Postales de Infancia" del Filbita. La actividad se anunció así: "Ocho escritores compartirán un breve texto inédito en el que la lectura o la literatura son protagonistas de su niñez". Participamos Victoria Bayona, Pablo De Santis, Ruth Kaufman, Lucía Laragione, Clara Levin, Mario Méndez, Andres Sobico y yo. Lo organizó y moderó Larisa Chausovsky. Ahí tampoco me dieron una pelota, pero igual fue un encuentro feliz.]
26/8/12
El camino a la lectura en formatos digitales
Leí este texto en el 17° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, 2012, dentro de la mesa Medios, lectura y más literatura. Fue el pasado 18 de agosto, a la mañana. Pero primero la foto:
Hace unos días estaba en la cola de un banco, cuando oí que una persona de seguridad, una mujer, le decía a alguien que estaba detrás de mí:
—Apagá eso.
Me di vuelta, pensando que iba a ver a un ladrón, celular en la oreja, tramando con sus cómplices el asalto a la sucursal. Pero no. Era una chica, joven, que tenía en la mano un aparato como este [muestro el Kindle desde el que estoy leyendo].
—Es un libro —dijo la chica.
La mujer de seguridad la miró con la boca abierta.
—No está conectado a Internet ni nada —dijo la chica, por las dudas.
La mujer de seguridad cerró la boca y, mirando de reojo el aparato, dio media vuelta para irse. La chica insistió:
—Es un libro.
Y siguió leyendo.
*
Sobre este tema, el libro que cabe aquí adentro [del Kindle], qué significa y a dónde nos lleva, les propongo hablar.
*
En junio de 1999, cuando empezamos con Imaginaria, había poca gente conectada a Internet. Para conectarnos, llamábamos a un número de teléfono. A paso de tortuga bajábamos el mail a la computadora y nos volvíamos a desconectar. Después leíamos y escribíamos desconectados. La web se usaba poquísimo.
Casi no había banda ancha.
Tampoco existían YouTube, la Wikipedia, Twitter, Facebook, Gmail, los mapas interactivos, los documentos compartidos. Asomaba la banca online. Aparecían los primeros blogs.
De esto hace trece años. En este momento, según Cablevisión, hay cinco millones y medio de conexiones de banda ancha en la Argentina. El acceso a Internet ya recorrió una buena parte del camino que va de ser un ideal a ser un derecho.
*
En estos trece años, algunas industrias culturales vivieron cambios drásticos. Primero fue la música. La música ya se había digitalizado con la aparición de los CDs, de manera que fue fácil pasarla a la computadora, y de la computadora a la red. En junio de 1999, el mismo mes que Imaginaria, abría Napster, el primer servicio para compartir música a través de Internet. Napster cerró por cuestiones legales, pero aparecieron nuevos servicios y nuevos métodos para seguir compartiendo música. Con el tiempo, además, la música digital empezó a venderse online.
Resultado: hoy el soporte por excelencia de la música es un archivo mp3, alojado en un reproductor especial o en un disco rígido, o en algún servidor lejano.
Después fue el turno de las películas, y más o menos al mismo tiempo las series de televisión. Hacía falta más ancho de banda, porque los archivos de video son grandes. La red creció, la transmisión de datos se fue haciendo más rápida, y en el último par de años muchos nos acostumbramos a ver nuestra serie favorita al día siguiente de estrenada en su país de origen, con subtítulos creados anónimamente por aficionados. Por supuesto, esta facilidad para compartir contenido generó un conflicto intenso entre los propietarios de derechos y los usuarios que comparten sus obras. Ese conflicto, que sigue sin resolverse, recorre tribunales y legislaturas del mundo, incluida la Argentina, y entidades internacionales como la OMPI, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
*
En este mismo tiempo, la industria del libro no cambió tanto. El libro clásico, en papel, siguió siendo la norma. Es más, nos resistimos con uñas y dientes a abandonarlo.
Esta supervivencia del libro tiene varias razones, de las que dos saltan a la vista:
La primera: Leer en pantalla es molesto. La experiencia de escuchar música o ver video no cambió con el tránsito de un medio a otro. O, si cambió fue para mejorar. En cambio, la pantalla de una computadora, que sigue el modelo del televisor, no ofrece ni de lejos la experiencia de tener un libro entre las manos.
La segunda razón por la que el libro en papel se mantuvo firme: Reproducir música o cine siempre requirió de aparatos. El libro, en cambio, se autocontiene. No necesitamos nada más para leerlo. Hoy no tengo cómo escuchar mis viejos discos de vinilo, ni mi colección de cassettes, ni puedo ver mi pila de videos en VHS. Sin embargo, conservo los libros que leí en mi adolescencia, en mi infancia, y alcanza con sacar uno del estante para leerlo igual que entonces. Tengo tres veces mi colección de los Beatles: en vinilo, en CD y en mp3. Pero tengo un solo ejemplar de Sandokán, el mismo que tuve toda mi vida.
Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿siguen siendo válidas estas razones? La calidad de la experiencia de lectura y la autosuficiencia del libro en papel, ¿siguen descalificando al libro digital?
La respuesta ya se asoma, y en los próximos años va a ser cada vez más nitida: no. Con el libro va a ocurrir lo mismo que ya ocurrió con la música y con el video.
Primero, la calidad de la experiencia. Las pantallas cambiaron. Ya no son todas grandes y luminosas, ni hay que sentarse frente a ellas. Existen pantallas del tamaño de un libro de bolsillo, sin luz propia, que se llevan donde uno va y no cansan la vista.
Mi propia sensación, con casi dos años de tener este lector de libros electrónicos [el Kindle], es que no vuelvo atrás. En mi carpeta de libros leídos hay 37 títulos. Sigo leyendo libros en papel, pero es más que nada porque me los prestan. O porque algo que me resulta imprescindible leer todavía no está en formato digital.
Además, las pantallas siguen mejorando. Las que responden al tacto hacen más fácil explorar un libro, tomar notas, subrayar. Y la evolución rápida de estos aparatos no se va a detener de un día para otro. Tenemos que pensar que en dos, tres, cinco años, la experiencia de lectura va a ser todavía mejor.
Lo que no tiene solución es la autosuficiencia del libro. Que sin baterías, sin pantallas, sin conexiones, sigue siendo accesible. Pero aquí la pregunta es cuánto cuesta esa autosuficiencia. Hablo del costo de impresión, del costo del papel (tanto económico como para el medio ambiente), del costo de distribución, y también del costo de mantenimiento. Aquel ejemplar de Sandokán que tengo hace medio siglo debió ser llevado y traído, limpiado, conservado, atesorado. Todo lo cual le suma encanto a nivel personal, pero acumula un costo prohibitivo a nivel social. El libro en formato digital no ahorra solamente el papel y la distribución física. También es más económico mantenerlo.
A medida que el libro electrónico sigue su camino hacia una mejor experiencia de lectura, a medida que los catálogos crecen y el acceso a la red se universaliza, el libro en papel se va convirtiendo, cada vez más, en un artículo de lujo.
Gutenberg no logró libros más bonitos. Logró que más gente accediera a leerlos. Logró que se publicara más y con más rapidez. La tecnología de Gutenberg fue una gran herramienta para promover la lectura. Hoy ese rol transformador lo tiene el libro digital.
*
Ahora bien, ¿qué hacemos con el conflicto, que ya nombré, entre autores y lectores que comparten libremente su obra?
La respuesta de la industria, primero la musical, luego la audiovisual y ahora la editorial, es primero retacear la oferta, y luego dificultar la copia.
Al retacear la oferta se supone que no habrá digitalización, y que el producto físico (CD, DVD, libro en papel) tendrá una vida más larga. Esto deja la digitalización en manos de los usuarios, de manera que la oferta gratuita, de archivos compartidos libremente, arranca con ventaja.
La copia se dificulta con sistemas de protección, y también con leyes y tratados comerciales más restrictivos. Hasta hoy, nada de esto ha conseguido detener el flujo de archivos compartidos libremente.
Muchos músicos, artistas, escritores, comparten la respuesta de la industria, convencidos de que, de otro modo, se quedarían sin ingresos.
Claro, es complicado instaurar otros métodos para que autores, editores y demás componentes de esta industria sigan teniendo de qué vivir. Pero esos métodos existen. Hay ideas, propuestas, modelos que ya están probando su viabilidad.
Por ejemplo, los sistemas de abono. Spotify es un servicio que, en muchos países, ofrece toda la música que uno quiera escuchar por una tarifa mensual baja. Netflix hace lo mismo con películas y series.
Otro modelo, compatible con el anterior, es el de las sociedades de gestión colectiva, que recaudan fondos compulsivamente. Ocurre con la música. SADAIC se presenta en los conciertos y cobra, para luego pagar a los autores y compositores que son socios. (Cierto, el sistema es imperfecto, o más que imperfecto. Habrá que mejorarlo.)
Si se asignara a los creadores y editores de toda clase de obras un porcentaje de lo que pagamos por conectarnos a Internet, quedaría resuelta una buena parte del problema.
Estas son solo algunas de las ideas que circulan. Sin duda van a aparecer otras.
En resumen, tenemos por delante dos opciones:
Una: aprovechar esta oportunidad, única en la historia, de que toda persona tenga acceso a toda obra creada y por crearse, a bajísimo costo, de manera inmediata.
Dos: desaprovecharla.
*
Hace unos años, conversando con la vicedirectora de la escuela de mi hijo, le propuse un símil.
Imaginemos, le dije, que de pronto los seres humanos podemos volar. Así nomás, sin límite, con poco esfuerzo, a la altura y por la distancia que queramos. Sería un sueño, ¿no?
Pues bien, los fabricantes de ascensores pondrían el grito en el cielo. Y las aerolíneas. Y se acabaría la seguridad, porque cualquiera podría volar por encima de cercos y vallas, aterrizar en balcones y terrazas. Atravesar fronteras. Sonará ridículo, pero habría una intensa presión, por parte de industrias y diversos grupos afectados, para limitar el vuelo a un metro de altura. Un metro, ni un poquito más. Es eso o el caos, se escucharía decir. Es eso o el final de la civilización. Cierto, el vuelo universal e indiscriminado traería muchos inconvenientes. Habría que ajustar muchas cosas, adaptarse a muchas cosas. Pero ¿podríamos aceptar que se nos impida volar?
Concedido: la comparación es exagerada, y solo se puede extender hasta cierto punto. Pero vale como visión, borrosa seguramente, de lo que significaría la libre circulación de los bienes culturales.
*
Volviendo al comienzo:
En 1999, Imaginaria empezó hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque, en el campo de la literatura infantil y juvenil, había pocos libros en formatos digitales. Trece años más tarde, en 2012, Imaginaria sigue hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque en nuestro campo sigue habiendo pocos libros digitales.
Estoy seguro de que dentro de trece años esto habrá cambiado.
Y estoy seguro de que, con ayuda de las nuevas tecnologías, estaremos leyendo más, los chicos estarán leyendo más. Y todos, no exclusivamente pero en buena medida, leeremos en una pantalla.
De izquierda a derecha: Alejandra Laurencich, Mempo Giardinelli, myself, Ivan Thays, Hernán Casciari. (Foto por María Susana Ríos, del Ministerio de Cultura y Educación de Formosa.)
Hace unos días estaba en la cola de un banco, cuando oí que una persona de seguridad, una mujer, le decía a alguien que estaba detrás de mí:
—Apagá eso.
Me di vuelta, pensando que iba a ver a un ladrón, celular en la oreja, tramando con sus cómplices el asalto a la sucursal. Pero no. Era una chica, joven, que tenía en la mano un aparato como este [muestro el Kindle desde el que estoy leyendo].
—Es un libro —dijo la chica.
La mujer de seguridad la miró con la boca abierta.
—No está conectado a Internet ni nada —dijo la chica, por las dudas.
La mujer de seguridad cerró la boca y, mirando de reojo el aparato, dio media vuelta para irse. La chica insistió:
—Es un libro.
Y siguió leyendo.
*
Sobre este tema, el libro que cabe aquí adentro [del Kindle], qué significa y a dónde nos lleva, les propongo hablar.
*
En junio de 1999, cuando empezamos con Imaginaria, había poca gente conectada a Internet. Para conectarnos, llamábamos a un número de teléfono. A paso de tortuga bajábamos el mail a la computadora y nos volvíamos a desconectar. Después leíamos y escribíamos desconectados. La web se usaba poquísimo.
Casi no había banda ancha.
Tampoco existían YouTube, la Wikipedia, Twitter, Facebook, Gmail, los mapas interactivos, los documentos compartidos. Asomaba la banca online. Aparecían los primeros blogs.
De esto hace trece años. En este momento, según Cablevisión, hay cinco millones y medio de conexiones de banda ancha en la Argentina. El acceso a Internet ya recorrió una buena parte del camino que va de ser un ideal a ser un derecho.
*
En estos trece años, algunas industrias culturales vivieron cambios drásticos. Primero fue la música. La música ya se había digitalizado con la aparición de los CDs, de manera que fue fácil pasarla a la computadora, y de la computadora a la red. En junio de 1999, el mismo mes que Imaginaria, abría Napster, el primer servicio para compartir música a través de Internet. Napster cerró por cuestiones legales, pero aparecieron nuevos servicios y nuevos métodos para seguir compartiendo música. Con el tiempo, además, la música digital empezó a venderse online.
Resultado: hoy el soporte por excelencia de la música es un archivo mp3, alojado en un reproductor especial o en un disco rígido, o en algún servidor lejano.
Después fue el turno de las películas, y más o menos al mismo tiempo las series de televisión. Hacía falta más ancho de banda, porque los archivos de video son grandes. La red creció, la transmisión de datos se fue haciendo más rápida, y en el último par de años muchos nos acostumbramos a ver nuestra serie favorita al día siguiente de estrenada en su país de origen, con subtítulos creados anónimamente por aficionados. Por supuesto, esta facilidad para compartir contenido generó un conflicto intenso entre los propietarios de derechos y los usuarios que comparten sus obras. Ese conflicto, que sigue sin resolverse, recorre tribunales y legislaturas del mundo, incluida la Argentina, y entidades internacionales como la OMPI, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
*
En este mismo tiempo, la industria del libro no cambió tanto. El libro clásico, en papel, siguió siendo la norma. Es más, nos resistimos con uñas y dientes a abandonarlo.
Esta supervivencia del libro tiene varias razones, de las que dos saltan a la vista:
La primera: Leer en pantalla es molesto. La experiencia de escuchar música o ver video no cambió con el tránsito de un medio a otro. O, si cambió fue para mejorar. En cambio, la pantalla de una computadora, que sigue el modelo del televisor, no ofrece ni de lejos la experiencia de tener un libro entre las manos.
La segunda razón por la que el libro en papel se mantuvo firme: Reproducir música o cine siempre requirió de aparatos. El libro, en cambio, se autocontiene. No necesitamos nada más para leerlo. Hoy no tengo cómo escuchar mis viejos discos de vinilo, ni mi colección de cassettes, ni puedo ver mi pila de videos en VHS. Sin embargo, conservo los libros que leí en mi adolescencia, en mi infancia, y alcanza con sacar uno del estante para leerlo igual que entonces. Tengo tres veces mi colección de los Beatles: en vinilo, en CD y en mp3. Pero tengo un solo ejemplar de Sandokán, el mismo que tuve toda mi vida.
Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿siguen siendo válidas estas razones? La calidad de la experiencia de lectura y la autosuficiencia del libro en papel, ¿siguen descalificando al libro digital?
La respuesta ya se asoma, y en los próximos años va a ser cada vez más nitida: no. Con el libro va a ocurrir lo mismo que ya ocurrió con la música y con el video.
Primero, la calidad de la experiencia. Las pantallas cambiaron. Ya no son todas grandes y luminosas, ni hay que sentarse frente a ellas. Existen pantallas del tamaño de un libro de bolsillo, sin luz propia, que se llevan donde uno va y no cansan la vista.
Mi propia sensación, con casi dos años de tener este lector de libros electrónicos [el Kindle], es que no vuelvo atrás. En mi carpeta de libros leídos hay 37 títulos. Sigo leyendo libros en papel, pero es más que nada porque me los prestan. O porque algo que me resulta imprescindible leer todavía no está en formato digital.
Además, las pantallas siguen mejorando. Las que responden al tacto hacen más fácil explorar un libro, tomar notas, subrayar. Y la evolución rápida de estos aparatos no se va a detener de un día para otro. Tenemos que pensar que en dos, tres, cinco años, la experiencia de lectura va a ser todavía mejor.
Lo que no tiene solución es la autosuficiencia del libro. Que sin baterías, sin pantallas, sin conexiones, sigue siendo accesible. Pero aquí la pregunta es cuánto cuesta esa autosuficiencia. Hablo del costo de impresión, del costo del papel (tanto económico como para el medio ambiente), del costo de distribución, y también del costo de mantenimiento. Aquel ejemplar de Sandokán que tengo hace medio siglo debió ser llevado y traído, limpiado, conservado, atesorado. Todo lo cual le suma encanto a nivel personal, pero acumula un costo prohibitivo a nivel social. El libro en formato digital no ahorra solamente el papel y la distribución física. También es más económico mantenerlo.
A medida que el libro electrónico sigue su camino hacia una mejor experiencia de lectura, a medida que los catálogos crecen y el acceso a la red se universaliza, el libro en papel se va convirtiendo, cada vez más, en un artículo de lujo.
Gutenberg no logró libros más bonitos. Logró que más gente accediera a leerlos. Logró que se publicara más y con más rapidez. La tecnología de Gutenberg fue una gran herramienta para promover la lectura. Hoy ese rol transformador lo tiene el libro digital.
*
Ahora bien, ¿qué hacemos con el conflicto, que ya nombré, entre autores y lectores que comparten libremente su obra?
La respuesta de la industria, primero la musical, luego la audiovisual y ahora la editorial, es primero retacear la oferta, y luego dificultar la copia.
Al retacear la oferta se supone que no habrá digitalización, y que el producto físico (CD, DVD, libro en papel) tendrá una vida más larga. Esto deja la digitalización en manos de los usuarios, de manera que la oferta gratuita, de archivos compartidos libremente, arranca con ventaja.
La copia se dificulta con sistemas de protección, y también con leyes y tratados comerciales más restrictivos. Hasta hoy, nada de esto ha conseguido detener el flujo de archivos compartidos libremente.
Muchos músicos, artistas, escritores, comparten la respuesta de la industria, convencidos de que, de otro modo, se quedarían sin ingresos.
Claro, es complicado instaurar otros métodos para que autores, editores y demás componentes de esta industria sigan teniendo de qué vivir. Pero esos métodos existen. Hay ideas, propuestas, modelos que ya están probando su viabilidad.
Por ejemplo, los sistemas de abono. Spotify es un servicio que, en muchos países, ofrece toda la música que uno quiera escuchar por una tarifa mensual baja. Netflix hace lo mismo con películas y series.
Otro modelo, compatible con el anterior, es el de las sociedades de gestión colectiva, que recaudan fondos compulsivamente. Ocurre con la música. SADAIC se presenta en los conciertos y cobra, para luego pagar a los autores y compositores que son socios. (Cierto, el sistema es imperfecto, o más que imperfecto. Habrá que mejorarlo.)
Si se asignara a los creadores y editores de toda clase de obras un porcentaje de lo que pagamos por conectarnos a Internet, quedaría resuelta una buena parte del problema.
Estas son solo algunas de las ideas que circulan. Sin duda van a aparecer otras.
En resumen, tenemos por delante dos opciones:
Una: aprovechar esta oportunidad, única en la historia, de que toda persona tenga acceso a toda obra creada y por crearse, a bajísimo costo, de manera inmediata.
Dos: desaprovecharla.
*
Hace unos años, conversando con la vicedirectora de la escuela de mi hijo, le propuse un símil.
Imaginemos, le dije, que de pronto los seres humanos podemos volar. Así nomás, sin límite, con poco esfuerzo, a la altura y por la distancia que queramos. Sería un sueño, ¿no?
Pues bien, los fabricantes de ascensores pondrían el grito en el cielo. Y las aerolíneas. Y se acabaría la seguridad, porque cualquiera podría volar por encima de cercos y vallas, aterrizar en balcones y terrazas. Atravesar fronteras. Sonará ridículo, pero habría una intensa presión, por parte de industrias y diversos grupos afectados, para limitar el vuelo a un metro de altura. Un metro, ni un poquito más. Es eso o el caos, se escucharía decir. Es eso o el final de la civilización. Cierto, el vuelo universal e indiscriminado traería muchos inconvenientes. Habría que ajustar muchas cosas, adaptarse a muchas cosas. Pero ¿podríamos aceptar que se nos impida volar?
Concedido: la comparación es exagerada, y solo se puede extender hasta cierto punto. Pero vale como visión, borrosa seguramente, de lo que significaría la libre circulación de los bienes culturales.
*
Volviendo al comienzo:
En 1999, Imaginaria empezó hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque, en el campo de la literatura infantil y juvenil, había pocos libros en formatos digitales. Trece años más tarde, en 2012, Imaginaria sigue hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque en nuestro campo sigue habiendo pocos libros digitales.
Estoy seguro de que dentro de trece años esto habrá cambiado.
Y estoy seguro de que, con ayuda de las nuevas tecnologías, estaremos leyendo más, los chicos estarán leyendo más. Y todos, no exclusivamente pero en buena medida, leeremos en una pantalla.
7/8/12
Comida
Padre e hijo van en el subte, sentados uno junto al otro. El chico tiene tres o cuatro años. Escucho el diálogo:
—¿Esta noche qué querés comer?
—Choclo.
—Pero no, hijo, el choclo no es una comida. Una comida es pizza, empanadas, hamburguesa.
—[Algo que no entiendo.]
—Pancho también puede ser. ¿Qué querés, entonces?
El chico viene muy atento. Ahora piensa un momento antes de contestar.
—Empanadas.
—Muy bien, hijo. Comemos empanadas.
—¿Esta noche qué querés comer?
—Choclo.
—Pero no, hijo, el choclo no es una comida. Una comida es pizza, empanadas, hamburguesa.
—[Algo que no entiendo.]
—Pancho también puede ser. ¿Qué querés, entonces?
El chico viene muy atento. Ahora piensa un momento antes de contestar.
—Empanadas.
—Muy bien, hijo. Comemos empanadas.
6/8/12
Bananas y lentejas
Pesó las bananas
en la balanza.
Le puso una etiqueta
al kilo de bananas.
Sin hablarme.
Le pedí unas rodajas
de calabaza.
Se volvió hacia el dueño
del supermercado:
—Dice que quiere
rodajas de calabaza.
Se fue a su puesto
en la fiambrería.
Sin hablarme.
Sin mirarme.
Eso fue ayer, con la nueva vendedora de fiambres del supermercado de acá a la vuelta, que estaba de suplente en el mostrador de la verdulería, a tres metros de su puesto habitual. El dueño del supermercado cortó las rodajas de calabaza y me las vendió. Tuve que rechazarle explícitamente una que estaba podrida.
La vendedora de fiambres tiene un piercing en la nariz, blanco, redondo, un moco que sale por el lado equivocado. Es joven. Da pena que haya entrado a trabajar en ese lugar feo, con tanta gente que grita y música que patea las orejas. Ayer andaba hecha un zombie, pero hoy parecía despierta: hablaba con un tipo sobre algo que no entendí. No le hablé. No la miré.
Una mujer protestaba por la música, a los gritos, pero en broma.
Es la primera vez en mi vida, creo, que compré lentejas y las puse en remojo. Fuego lento, una salsa Arcor de las que compro siempre, curry. Así me explicó Gabriel. Mañana hago el guiso, para probar. Le voy a poner papas y chorizo colorado, como hacía mi vieja. Papas ya tenía. El chorizo colorado lo compré recién (sin hablarle).
¿Por qué será que algunas lentejas flotan?
en la balanza.
Le puso una etiqueta
al kilo de bananas.
Sin hablarme.
Le pedí unas rodajas
de calabaza.
Se volvió hacia el dueño
del supermercado:
—Dice que quiere
rodajas de calabaza.
Se fue a su puesto
en la fiambrería.
Sin hablarme.
Sin mirarme.
Eso fue ayer, con la nueva vendedora de fiambres del supermercado de acá a la vuelta, que estaba de suplente en el mostrador de la verdulería, a tres metros de su puesto habitual. El dueño del supermercado cortó las rodajas de calabaza y me las vendió. Tuve que rechazarle explícitamente una que estaba podrida.
La vendedora de fiambres tiene un piercing en la nariz, blanco, redondo, un moco que sale por el lado equivocado. Es joven. Da pena que haya entrado a trabajar en ese lugar feo, con tanta gente que grita y música que patea las orejas. Ayer andaba hecha un zombie, pero hoy parecía despierta: hablaba con un tipo sobre algo que no entendí. No le hablé. No la miré.
Una mujer protestaba por la música, a los gritos, pero en broma.
Es la primera vez en mi vida, creo, que compré lentejas y las puse en remojo. Fuego lento, una salsa Arcor de las que compro siempre, curry. Así me explicó Gabriel. Mañana hago el guiso, para probar. Le voy a poner papas y chorizo colorado, como hacía mi vieja. Papas ya tenía. El chorizo colorado lo compré recién (sin hablarle).
¿Por qué será que algunas lentejas flotan?
5/8/12
Frío
Hace mucho frío. Tanto frío que los autos no arrancan, las vacas no mugen, el corazón no late. Tanto, que hay una nube colgada en el mismo sitio desde hace horas. Hace frío adentro de la letra O. Hace frío en la sartén donde se fríen lentamente unos copos de nieve. Están congeladas las puntas del número 1, aunque eso es algo que pasa con frecuencia. En medio de la cama apareció un cartel de prohibido entrar. El café recién servido levantó vuelo y emigró al norte, donde dicen que es verano.
Pero es tanto, tanto el frío que la mecedora no se mece, la música suena más lenta, los ojos miran un punto donde no hay nada. En el tallo de la planta esas no son hormigas sino esculturas de hielo. El aliento se hace vapor, el vapor agujas, las agujas giran sobre sí mismas buscando algo que pinchar.
Las líneas de sombra de la reja del balcón están quietas en el ángulo de hace un rato, por más que el sol siguió de largo.
En la calle la gente se enrosca y pliega hasta refugiarse en su propio ombligo. Los edificios de enfrente han encogido, de manera que entre ellos queda un pasadizo. El aire está espeso. Las noticias son todas tristes.
El lápiz llega a un centímetro del papel y ahí se le acaban las fuerzas.
Pero es tanto, tanto el frío que la mecedora no se mece, la música suena más lenta, los ojos miran un punto donde no hay nada. En el tallo de la planta esas no son hormigas sino esculturas de hielo. El aliento se hace vapor, el vapor agujas, las agujas giran sobre sí mismas buscando algo que pinchar.
Las líneas de sombra de la reja del balcón están quietas en el ángulo de hace un rato, por más que el sol siguió de largo.
En la calle la gente se enrosca y pliega hasta refugiarse en su propio ombligo. Los edificios de enfrente han encogido, de manera que entre ellos queda un pasadizo. El aire está espeso. Las noticias son todas tristes.
El lápiz llega a un centímetro del papel y ahí se le acaban las fuerzas.
27/6/12
Experimento de escritura (VI)
ÍNDICE
Capítulo 1. El color de la madera
Capítulo 2. Siempre de perfil
Capítulo 3. La moneda en la alcantarilla
Capítulo 4. Hoy Japón sigue estando lejos
Capítulo 5. Prestidigitación
Capítulo 6. Brindis y despedida
Capítulo 7. Entre sueños
Capítulo 8. Detrás de la montaña
Capítulo 9. La ciudad pasa el día riéndose
Capítulo 10. Locura pasajera
Capítulo 11. Pasajero loco
Capítulo 12. Se tensa
Capítulo 13. Se afloja
Capítulo 14. Las piernas
*
El dedo índice recorre los bordes del cuadrado de plástico como una carbonilla que dibuja. Ida y vuelta, trazo recto, primero vertical, luego horizontal, vertical otra vez. El dedo índice se entretiene en los contornos previsibles. Esa arista sigue estando ahí, y ahora también, y ahora. Mañana, incluso, seguirá estando ahí. El ángulo no se va a mover, no se va a escapar. El cuadrado de plástico es la tecla J del teclado, ahí, tan en el centro como se puede estar en este sitio, impecable en la línea de teclas, Entre la U de arriba y la N de abajo está ese pequeño desfasaje que hace pensar en itálicas de la vida real. Pero la J, con el apoyo de la H a un lado y de la K al otro, pertenece a una hilera de bloques que le dan solidez al mundo.
Materia de estudio: el hombre del rincón. El hombre de un rincón que no está formado por paredes ni en un cuarto. Un rincón de posibilidades. Un rincón metafórico, si no fuera por el dolor de los límites en la espalda.
Materia de estudio: el rincón de deseos. El rincón donde la mayoría de los deseos no llega, donde la mayoría de los deseos parece estar a un metro de distancia, un poco más allá, o un poco más acá, nunca al alcance. No confundir con el cumplimiento de los deseos: este no es un rincón de cumplimientos o la ausencia de. Este es un rincón donde no se desea más que siempre lo mismo, siempre ese poquito. Donde los grandes deseos no alcanzan porque están rendidos, a sólo un metro de distancia, por el camino largo que han recorrido para nada.
Manos, vayan de aventura. ¿Cuán lejos pueden llegar sin mí?
*
Pensemos un poco en por qué escribir. A quién hago feliz. A quién le hago cosquillas. A quién persigo, de quién me escapo. Quién me dio la tarea para el hogar. Quién me dio la diversión, quién me la quita. Quién se ríe, quién se burla, quién me dice que hago bien, quién me acompaña. Pensemos un poco en estar solo, pero escribiendo.
*
Te muerdo la oreja. Te muerdo el pie. Te muerdo el labio. Te beso la nariz. Te beso los dientes. Te lamo la yema de los dedos. Te pido un ojo prestado pero sé que no me lo vas a dar. Te pido un pie pero sé que enseguida voy a dejar de quererlo. Te paso el índice por el lado interno del codo. Te tiro de la manga. Te acaricio la espalda, la parte de abajo a la izquierda de la espalda, luego la parte del centro a la izquierda, la parte del centro a la derecha, la parte del centro un poco más a la derecha todavía, la parte de arriba a la izquierda pero no tan alto, digamos que la base del omóplato, el controrno del omóplato, la cúspide del omóplato, la piel que queda justo a la izquierda del bretel izquierdo del corpiño. Y todo esto lentamente, en un segundo.
*
De noche las ventanas del bar dan al mismo bar. La calle oscura hace que actúen como espejos. Se duplican las mesas, las servilletas plegadas como flores. En el espejo falso las luces traseras de los autos se escabullen como luciérnagas que corren tras el postre.
Correr tras el postre. El postre huye.
Este bar es triste, tan triste, tan abrumador por lo triste, tan solitariamente triste, tan ancianamente triste. No vamos a pedir cena. No vamos a pasar de la cerveza. No vamos a sentirnos bien aquí, por lo menos de noche, como es ahora.
(En los otros bares no había enchufe disponible. Mala hora para enchufes, cuando están armando mesas para las veinte personas que hoy encontraron algo para celebrar.)
Me imagino que un objetivo vendría bien ahora. Algo por lo que hacer algo. Algo un paso más allá que inclina el camino para convertirlo en cuesta abajo. Hablo de la escritura, pero no hablo de la escritura.
*
Uno, dos. Uno, dos. Palabras. Palabras. Palabras. Punto. Punto, coma. Números: uno, dos. Números palabras. Dos puntos. Dos. Uno. Punto y coma.
No sé por qué escribir.
*
Arrecifes Berazategui Campana Derqui Esquel Famaillá Goya Humahuaca Itatí (¡Ibupirac!) Jujuy ¡Kamchatka! Lezama Mendoza Neuquén ¡Ñam! Ostende Quilmes Ramos Mejía Solís Tunuyán Uspallata Venado Tuerto Wilde ¡Xanadú! Yapeyú Zzzzzzzzzzzzzz..................
Todas las listas alfabéticas que hago para dormir fracasan. El alfabeto es una cosa incómoda, arbitraria, que no se corresponde con el idioma. Para que funcione debo pensar en una lista bilingüe, y aún así tengo problemas porque las palabras no vienen solas, hay que perseguirlas, están guardadas en cajitas que están guardadas en otras cajitas que están guardadas en baúles, y todo desordenado. El índice general está dañado, se mojó, se quemó, se dobló, se cansó.
885 palabras.
[23 de marzo de 2010. El sexto día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora. El objetivo: destrabarse. Sí, me salteé los días 4 y 5. Parte de lo que escribí esos días ya apareció acá en Ximenez. El resto, casi todo, que mejor se quede donde está.]
25/6/12
Experimento de escritura (III)
A veces el comienzo del día es una batalla. Me despierto a las 6.48, sin razón. Lo primero que pienso es que me voy a dormir otra vez. Lo segundo, que tal vez no. A las 6.53 me levanto para ir al baño. Pis. Vuelvo a la cama. Pienso en las cosas vacías que a uno se le ocurren a esa hora, cosas que después no recuerdo, cosas que no cambian nada. Y después vuelvo a pensar que, efectivamente, no me voy a dormir. Son las 7.11. Me doy vuelta para no mirar los números rojos de la radio despertador.
Hace calor, pero no puedo prender el acondicionador de aire porque los vecinos se quejan de los caminos del agua. Los de abajo dicen que les salpica la ventana. El de al lado, que le moja la membrana recién puesta (como si la membrana no fuera, justamente, para proteger el techo del agua que cae). Apenas me tapo con la sábana la zona media del cuerpo. Estoy cansado, tengo sueño, ¿por qué no me voy a dormir otra vez?
Cuando me doy vuelta para mirar la hora son las 7.46. ¿Habré dormido un poco? ¿Lleva tanto tiempo pensar en nada?
Ahora mismo podría levantarme. De hecho, si me hubiera despertado directamente a esta hora lo más probable es que me levantara. Pero no, llevo una hora despierto, una hora desnuda, que suena a hueca cuando la golpeo, una hora sobrante, una hora despiadada y vulnerable, una hora de batalla tenue. Entonces no es igual, no puedo levantarme todavía, necesito dormir. Cierro los ojos otra vez, doy vuelta la almohada porque el lado de abajo está más fresco, y la gente se va sentando en torno a la mesa, mientras alguien habla de algo que no recuerdo ni siquiera mientras lo dice. Ahí, con la falta de ese recuerdo, me doy cuenta de que estoy soñando. Entonces es que me dormí. Abro los ojos y son las 8.17.
Sí, claro, dormí unos minutos. Ah, si pudiera repetirlo. Volver al lugarcito del sueño, lugarcito de memoria borrada. Pero no es fácil, entre otras cosas porque ahora estoy pensando qué hora será (se hará) si duermo una hora, una hora y media. Digamos que las diez. ¿Estará bien despertarme a las diez? ¿Qué hora será (se hará) si me levanto a las diez, dedico un ratito a las cosas de la compu y recién después voy a la esquina a escribir? Tal vez se haga tarde, sobre todo porque está Gabriel... Pero no, ¿por qué se va a hacer tarde? ¿Cuál es el problema? Estoy cansado, tengo sueño, igual que a eso de las 7.11, tanto tiempo atrás. Y tengo calor, pero ahora ya no sirve dar vuelta la almohada porque la di vuelta hace un rato.
Decepcionado conmigo mismo, cada vez más agotado, vuelvo a mirar la hora. Sorpresa. Las 9.36. Dormí más de una hora. No sé cómo, no sé qué dormí si no me queda ningún rastro, estoy como antes o peor. Pero ahora sí, ahora es momento de levantarme. Arriba, Eduardo, arriba, arriba, herido de la batalla de la mañana, a herirte en las batallas del resto del día.
*
Siempre tuve problemas con el ritmo de la narración. Para mí es una construcción por capas. La primera escritura sale corta, torpe, sin ambiente, sin espíritu. A editar. A agregar. A sumar y sumar. Pero no, no, no. Esto ya no es tan cierto desde que escribo cuentos. Era mucho más cierto cuando escribía novelas, y mi temor es que vuelva a pasar cuando me ponga a escribir novelas otra vez. Me gustaría tener la habilidad de escribir de más, detenerme en cada momento, en cada detalle del ambiente y después tener que cortar, porque sobra. Supongo que es una actitud, que es
Ya no me puedo concentrar. Cinco viejos se sentaron en la mesa que está justo frente a mí. Viejos, arriba de los 70. Están de joda. Charlan. Piden cinco cervezas, pero parece que no, que es un chiste. Alguno dice “No sos hijo de tu papá vos”. Otro: “La promoción es el café.” “Un café descafeinado.” “No, cerveza, una cerveza.” “De la otra, no de la más fina.” No sé, no entendí. Veré qué les trae el mozo. “¿Dónde está escrito que sea la mujer la que determine si uno es judío o no? Ayer estuve en una obra de teatro escrita por un rabino reformista. Una obra unipersonal. Menciona que cuando se destruyó el templo... (…) ... los romanos violaron a miles de mujeres judías. Eso era normal, en todas las guerras. Entonces los rabinos determinaron desde entonces, la que determina la identidad judía es la mujer y no el hombre. Si no, se diseminaba el pueblo judío.”
Al que habla ahora no lo entiendo, y encima el que hablaba antes habla más fuerte y los tapa a todos. “La mujer de la obra era a la vez judía y budista. Preguntaba a los rabinos si se podía. Un rabino dijo que sí, que se puede ser judío y budista.”
Habla otro, inclinado hacia los demás, en voz baja, íntima , de secreto. Entiendo “la identidad judía” y “pero eso es un negocio”... “Aquel que no ve la practicidad de.... “ “Pero debe haber muchos pelotudos que...” “Claro, entonces...” “Avisarle acá a los muchachos que......... está condenado a desaparecer.”
“Había 500.000. Había. Hoy se habla de 300.” “¿300 mil?” “300 mil.”
Viene el mozo. Trae varios capuccinos, o cosas que vienen en esos vasitos tipo copa en que traen los capuccinos. Y una cerveza.
El mozo se queda a conversar con los viejos. Menciona a Clorindo Testa, parece que él es amigo o algo de sus hijos. “Entiende de todo”, dice uno de los viejos, “de caballos...” “Entiende más de yeguas que de todo”, dice otro.
El ruido ambiente no me deja percibir la conversación completa. Una pena. La radio está más fuerte que los días pasados, o tal vez es culpa de esa música espantosa, indescifrable que suena hoy. Los televisores, prendidos: un hombre habla a cámara, es gracioso porque quien canta la canción horrible es una mujer, y con el nivel de imprecisión que distingo ambas cosas realmente parece que es el hombre quien canta con esa voz chillona, radiofónica de las malas.
El bar está casi vacío. La impresión es que el piso se hunde del lado en que estamos los viejos y yo. A varios metros hay otro viejo que lee el diario. Después un océano de mesas vacías. Los viejos y yo estamos del lado que da a Echeverría, yo en la mesa del fondo (donde está el tomacorriente en que hoy, por primera vez, enchufé la laptop). En el lado que da a Cramer hay varias personas, ahí también debe hundirse un poco el piso.
[Fragmento de tres o cuatro líneas censurado.]
Uno de los viejos habló de que son octogenarios. Tal vez él sí, y algún otro. Pero no todos. Supongo que es su manera de ser optimista. U otro chiste, porque todos tienen sentido del humor. Tanto sentido del humor que sonríen con los chistes, pero no se ríen fuerte, no hacen ruido de risa.
Hoy también hay masitas secas. Pero no son tréboles. Una es un alfajorcito de forma cuadrada, con azúcar impalpable arriba y dulce de leche (duro) en el centro. La otra es como el lomo de un chancho pero amarillenta, surcada por líneas irregulares de barro que simula chocolate. La masa del lomo de chancho es diferente de la masa del alfajor cuadrado, es esa masa que tiene poros, mientras que la otra masa es lisa.
Ahora los viejos hablan de médicos. Inevitable, supongo. Uno insiste en que los médicos tienen opiniones distintas. “Una operación sin riesgo, que no le va a (…) la vida. Nadie muere de eso.” “Igual, si le duele igual.” “Rehabilitación.” “No tiene por qué ir a la pileta, puede ser sin pileta.” “Eso dijo el médico, que la pileta no te va a salvar.” “Antes abrían la rodilla, un despelote. Ahora hacen dos agujeritos ahí...” “Es sencillo, es muy sencillo. Eso depende de la tecnología...” “¿Sabés dónde está la tecnología principal de eso? En los pegamentos. En lo que pega los huesos. Y el material que se usa es cada día mejor. Hay partes en que hay que pegarlos. En otra época los pegamentos fallaban. Ahora no fallan. Todo, lo mismo en el reemplazo de caderas. Al principio, en el 50 por ciento... Ahora no, es una cosa de todos los días, y no hay ni un solo fracaso.” “La articulación, hay un rechazo de la articulación. El material es...” “Metal.” “Sí, un metal, es... Titanio. Titanio. El material es cada día mejor. Entonces se tolera mejor, y no hay fracasos, no hay fracasos.” El que habla tanto es el que antes dijo que son octogenarios, y que tal vez lo sea. “Si ella está dolorida por esto, el dolor se le va a ir.”
Uno de los viejos, no de los que hablaron hasta ahora, saca un celular, atiende, y se lo pasa a otro, al que se inclina para hablar en secreto. No entiendo nada de lo que dicen. Celular cerrado rápidamente.
Estoy comiendo el alfajor cuadrado. Una pérdida histórica, porque seguro que estuvo presente en el templo aquel en el que se decidió que la mujer determina quién es judío. Me pregunto si el lomo de chancho tendrá igual valor histórico. Bah, me lo voy a comer igual. Uh, espero no pagar demasiado cara tanta audacia.
Samilano levareta. Alguil. Morión sin falna. Incomplugible. Serapín. Incomo der guilubio. Ascurabi, termin, implonido den morino. Avrul.
La mujer cruza la calle llevando a la nena de la mano. La nena cruza la calle llevando su muñeca abrazada con el brazo libre.
Nene arrastra una mochila con ruedas.
Hombre que camina muy derecho lleva bolsa roja de plástico, extrañamente angosta y larga.
Auto rojo para. Baja mujer con remera del mismo color. Auto rojo arranca.
Mujer lleva flores violetas en el pelo.
Mujer con pollera hasta los tobillos, a rayas horizontales rojas, verdes, amarillas.
Mujer en bicicleta con shorts blancos hasta la rodilla.
Pareja mayor de la mano.
Pareja menor se abraza al pasar.
Camioneta blanca.
Hombre de mi edad con hija preadolescente de la mano.
113 que dobla hacia Echeverría.
Mujer parada en la esquina con largo vestido anaranjado. Hombre con niño se detiene a preguntarle algo. Mujer señala hacia allá, al otro lado de Cramer. Hombre se prepara para cruzar Cramer. Mujer cruza Echeverría y se pierde de vista.
Nueve motitos frente a Freddo.
El mozo le cobra al hombre que leía el diario a varios metros de mí. Charlan un poco. Me parece que a este mozo le gusta charlar con algunos clientes. ¿Será antipático de mi parte estar tan sumergido en el tipeo?
Camión con un contenedor vacío (de los que se usan para echar escombros en las obras).
Camión con cajones de sifones. ¿Sabrá que rima?
Tanta gente, tanta gente distinta, y seguro que todos son del barrio.
2147 palabras, extrañas como quienes pasan por la vereda.
[20 de marzo de 2010. El tercer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]
Hace calor, pero no puedo prender el acondicionador de aire porque los vecinos se quejan de los caminos del agua. Los de abajo dicen que les salpica la ventana. El de al lado, que le moja la membrana recién puesta (como si la membrana no fuera, justamente, para proteger el techo del agua que cae). Apenas me tapo con la sábana la zona media del cuerpo. Estoy cansado, tengo sueño, ¿por qué no me voy a dormir otra vez?
Cuando me doy vuelta para mirar la hora son las 7.46. ¿Habré dormido un poco? ¿Lleva tanto tiempo pensar en nada?
Ahora mismo podría levantarme. De hecho, si me hubiera despertado directamente a esta hora lo más probable es que me levantara. Pero no, llevo una hora despierto, una hora desnuda, que suena a hueca cuando la golpeo, una hora sobrante, una hora despiadada y vulnerable, una hora de batalla tenue. Entonces no es igual, no puedo levantarme todavía, necesito dormir. Cierro los ojos otra vez, doy vuelta la almohada porque el lado de abajo está más fresco, y la gente se va sentando en torno a la mesa, mientras alguien habla de algo que no recuerdo ni siquiera mientras lo dice. Ahí, con la falta de ese recuerdo, me doy cuenta de que estoy soñando. Entonces es que me dormí. Abro los ojos y son las 8.17.
Sí, claro, dormí unos minutos. Ah, si pudiera repetirlo. Volver al lugarcito del sueño, lugarcito de memoria borrada. Pero no es fácil, entre otras cosas porque ahora estoy pensando qué hora será (se hará) si duermo una hora, una hora y media. Digamos que las diez. ¿Estará bien despertarme a las diez? ¿Qué hora será (se hará) si me levanto a las diez, dedico un ratito a las cosas de la compu y recién después voy a la esquina a escribir? Tal vez se haga tarde, sobre todo porque está Gabriel... Pero no, ¿por qué se va a hacer tarde? ¿Cuál es el problema? Estoy cansado, tengo sueño, igual que a eso de las 7.11, tanto tiempo atrás. Y tengo calor, pero ahora ya no sirve dar vuelta la almohada porque la di vuelta hace un rato.
Decepcionado conmigo mismo, cada vez más agotado, vuelvo a mirar la hora. Sorpresa. Las 9.36. Dormí más de una hora. No sé cómo, no sé qué dormí si no me queda ningún rastro, estoy como antes o peor. Pero ahora sí, ahora es momento de levantarme. Arriba, Eduardo, arriba, arriba, herido de la batalla de la mañana, a herirte en las batallas del resto del día.
*
Siempre tuve problemas con el ritmo de la narración. Para mí es una construcción por capas. La primera escritura sale corta, torpe, sin ambiente, sin espíritu. A editar. A agregar. A sumar y sumar. Pero no, no, no. Esto ya no es tan cierto desde que escribo cuentos. Era mucho más cierto cuando escribía novelas, y mi temor es que vuelva a pasar cuando me ponga a escribir novelas otra vez. Me gustaría tener la habilidad de escribir de más, detenerme en cada momento, en cada detalle del ambiente y después tener que cortar, porque sobra. Supongo que es una actitud, que es
Ya no me puedo concentrar. Cinco viejos se sentaron en la mesa que está justo frente a mí. Viejos, arriba de los 70. Están de joda. Charlan. Piden cinco cervezas, pero parece que no, que es un chiste. Alguno dice “No sos hijo de tu papá vos”. Otro: “La promoción es el café.” “Un café descafeinado.” “No, cerveza, una cerveza.” “De la otra, no de la más fina.” No sé, no entendí. Veré qué les trae el mozo. “¿Dónde está escrito que sea la mujer la que determine si uno es judío o no? Ayer estuve en una obra de teatro escrita por un rabino reformista. Una obra unipersonal. Menciona que cuando se destruyó el templo... (…) ... los romanos violaron a miles de mujeres judías. Eso era normal, en todas las guerras. Entonces los rabinos determinaron desde entonces, la que determina la identidad judía es la mujer y no el hombre. Si no, se diseminaba el pueblo judío.”
Al que habla ahora no lo entiendo, y encima el que hablaba antes habla más fuerte y los tapa a todos. “La mujer de la obra era a la vez judía y budista. Preguntaba a los rabinos si se podía. Un rabino dijo que sí, que se puede ser judío y budista.”
Habla otro, inclinado hacia los demás, en voz baja, íntima , de secreto. Entiendo “la identidad judía” y “pero eso es un negocio”... “Aquel que no ve la practicidad de.... “ “Pero debe haber muchos pelotudos que...” “Claro, entonces...” “Avisarle acá a los muchachos que......... está condenado a desaparecer.”
“Había 500.000. Había. Hoy se habla de 300.” “¿300 mil?” “300 mil.”
Viene el mozo. Trae varios capuccinos, o cosas que vienen en esos vasitos tipo copa en que traen los capuccinos. Y una cerveza.
El mozo se queda a conversar con los viejos. Menciona a Clorindo Testa, parece que él es amigo o algo de sus hijos. “Entiende de todo”, dice uno de los viejos, “de caballos...” “Entiende más de yeguas que de todo”, dice otro.
El ruido ambiente no me deja percibir la conversación completa. Una pena. La radio está más fuerte que los días pasados, o tal vez es culpa de esa música espantosa, indescifrable que suena hoy. Los televisores, prendidos: un hombre habla a cámara, es gracioso porque quien canta la canción horrible es una mujer, y con el nivel de imprecisión que distingo ambas cosas realmente parece que es el hombre quien canta con esa voz chillona, radiofónica de las malas.
El bar está casi vacío. La impresión es que el piso se hunde del lado en que estamos los viejos y yo. A varios metros hay otro viejo que lee el diario. Después un océano de mesas vacías. Los viejos y yo estamos del lado que da a Echeverría, yo en la mesa del fondo (donde está el tomacorriente en que hoy, por primera vez, enchufé la laptop). En el lado que da a Cramer hay varias personas, ahí también debe hundirse un poco el piso.
[Fragmento de tres o cuatro líneas censurado.]
Uno de los viejos habló de que son octogenarios. Tal vez él sí, y algún otro. Pero no todos. Supongo que es su manera de ser optimista. U otro chiste, porque todos tienen sentido del humor. Tanto sentido del humor que sonríen con los chistes, pero no se ríen fuerte, no hacen ruido de risa.
Hoy también hay masitas secas. Pero no son tréboles. Una es un alfajorcito de forma cuadrada, con azúcar impalpable arriba y dulce de leche (duro) en el centro. La otra es como el lomo de un chancho pero amarillenta, surcada por líneas irregulares de barro que simula chocolate. La masa del lomo de chancho es diferente de la masa del alfajor cuadrado, es esa masa que tiene poros, mientras que la otra masa es lisa.
Ahora los viejos hablan de médicos. Inevitable, supongo. Uno insiste en que los médicos tienen opiniones distintas. “Una operación sin riesgo, que no le va a (…) la vida. Nadie muere de eso.” “Igual, si le duele igual.” “Rehabilitación.” “No tiene por qué ir a la pileta, puede ser sin pileta.” “Eso dijo el médico, que la pileta no te va a salvar.” “Antes abrían la rodilla, un despelote. Ahora hacen dos agujeritos ahí...” “Es sencillo, es muy sencillo. Eso depende de la tecnología...” “¿Sabés dónde está la tecnología principal de eso? En los pegamentos. En lo que pega los huesos. Y el material que se usa es cada día mejor. Hay partes en que hay que pegarlos. En otra época los pegamentos fallaban. Ahora no fallan. Todo, lo mismo en el reemplazo de caderas. Al principio, en el 50 por ciento... Ahora no, es una cosa de todos los días, y no hay ni un solo fracaso.” “La articulación, hay un rechazo de la articulación. El material es...” “Metal.” “Sí, un metal, es... Titanio. Titanio. El material es cada día mejor. Entonces se tolera mejor, y no hay fracasos, no hay fracasos.” El que habla tanto es el que antes dijo que son octogenarios, y que tal vez lo sea. “Si ella está dolorida por esto, el dolor se le va a ir.”
Uno de los viejos, no de los que hablaron hasta ahora, saca un celular, atiende, y se lo pasa a otro, al que se inclina para hablar en secreto. No entiendo nada de lo que dicen. Celular cerrado rápidamente.
Estoy comiendo el alfajor cuadrado. Una pérdida histórica, porque seguro que estuvo presente en el templo aquel en el que se decidió que la mujer determina quién es judío. Me pregunto si el lomo de chancho tendrá igual valor histórico. Bah, me lo voy a comer igual. Uh, espero no pagar demasiado cara tanta audacia.
Samilano levareta. Alguil. Morión sin falna. Incomplugible. Serapín. Incomo der guilubio. Ascurabi, termin, implonido den morino. Avrul.
La mujer cruza la calle llevando a la nena de la mano. La nena cruza la calle llevando su muñeca abrazada con el brazo libre.
Nene arrastra una mochila con ruedas.
Hombre que camina muy derecho lleva bolsa roja de plástico, extrañamente angosta y larga.
Auto rojo para. Baja mujer con remera del mismo color. Auto rojo arranca.
Mujer lleva flores violetas en el pelo.
Mujer con pollera hasta los tobillos, a rayas horizontales rojas, verdes, amarillas.
Mujer en bicicleta con shorts blancos hasta la rodilla.
Pareja mayor de la mano.
Pareja menor se abraza al pasar.
Camioneta blanca.
Hombre de mi edad con hija preadolescente de la mano.
113 que dobla hacia Echeverría.
Mujer parada en la esquina con largo vestido anaranjado. Hombre con niño se detiene a preguntarle algo. Mujer señala hacia allá, al otro lado de Cramer. Hombre se prepara para cruzar Cramer. Mujer cruza Echeverría y se pierde de vista.
Nueve motitos frente a Freddo.
El mozo le cobra al hombre que leía el diario a varios metros de mí. Charlan un poco. Me parece que a este mozo le gusta charlar con algunos clientes. ¿Será antipático de mi parte estar tan sumergido en el tipeo?
Camión con un contenedor vacío (de los que se usan para echar escombros en las obras).
Camión con cajones de sifones. ¿Sabrá que rima?
Tanta gente, tanta gente distinta, y seguro que todos son del barrio.
2147 palabras, extrañas como quienes pasan por la vereda.
[20 de marzo de 2010. El tercer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]
24/6/12
Experimento de escritura (II)
[19 de marzo de 2010. El segundo día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse. Tres días después, con cambios menores, lo publiqué acá en Ximenez.]
23/6/12
"Una mañana de julio"
"Libro de cuentos que abarca la temática del atentado a la AMIA, la memoria, la justicia y la impunidad, para chicos de primaria y de los primeros años del secundario. Realizado por el Espacio de Arte AMIA junto al Foro de Ilustradores Argentina, en el marco del 18º aniversario del atentado a la AMIA. "Una mañana de julio" contiene 8 cuentos creados por escritores especializados, e ilustrado con 231 ilustraciones."
Entre los cuentos está "Tal vez queden tres segundos", un texto breve que publiqué hace unos años en la Mágica Web. Lo reproduzco más abajo, después del libro alojado en Issuu. (Quien quiera bajar el PDF puede seguir este link. Hay que abrir cuenta en Issuu para bajarlo, pero al menos es gratis.)
El 28 de junio se inaugura en el Centro Cultural Recoleta la muestra con las 231 ilustraciones. Más información, acá.
Tal vez queden tres segundos
Tal vez queden tres segundos, pero todavía no lo sé. Está nublado. El portero dijo que va a llover. Sin embargo, hace un rato vi un retazo de azul hacia el sur. Puede ser que venga algo de viento y barra las nubes y el calor. Camino junto a la pared, esquivando las baldosas flojas. Unos metros más adelante, dos policías aburridos charlan. La pared es gris, rugosa. Está cubierta de inscripciones, firmas, nombres, un ecosistema de aerosoles que lucha por un fragmento de superficie. Un poco por encima de mi cabeza está la primera hilera de ventanas, todas opacas, altas, vacías. La vereda es angosta. No hay árboles.
Dos segundos. Una chica en uniforme de colegio viene en dirección contraria. Camina rápido, imitando los movimientos de FTV. Los policías vuelven la mirada hacia ella, sin interrumpir la frase que están diciendo. Se oye el ruido del motor, fuerte, agresivo, pero todavía no nos damos cuenta. Llevo las manos en los bolsillos. La derecha rodea la cámara, la izquierda el celular. La campera está pesada, con tanta electrónica en su interior, y eso sin contar los documentos, las llaves, los papeles inútiles.
Un segundo. Ahora es cuando empezamos a sospechar. El motor se impone sobre todo lo demás, acompañado por un aullido de neumáticos. La chica de uniforme mira hacia su derecha, yo miro hacia mi izquierda, los policías se callan. La pared no hace nada. Sigue nublado, la lentitud de los cielos no llega a resultados con la rapidez de los humanos. Alguien grita, fuera de este reducido grupo de personajes en los que he venido pensando. Cada corazón late una vez más.
Cero segundos. El ruido no ha tenido tiempo de llegar cuando la luz nos atraviesa.
Entre los cuentos está "Tal vez queden tres segundos", un texto breve que publiqué hace unos años en la Mágica Web. Lo reproduzco más abajo, después del libro alojado en Issuu. (Quien quiera bajar el PDF puede seguir este link. Hay que abrir cuenta en Issuu para bajarlo, pero al menos es gratis.)
El 28 de junio se inaugura en el Centro Cultural Recoleta la muestra con las 231 ilustraciones. Más información, acá.
Tal vez queden tres segundos
Tal vez queden tres segundos, pero todavía no lo sé. Está nublado. El portero dijo que va a llover. Sin embargo, hace un rato vi un retazo de azul hacia el sur. Puede ser que venga algo de viento y barra las nubes y el calor. Camino junto a la pared, esquivando las baldosas flojas. Unos metros más adelante, dos policías aburridos charlan. La pared es gris, rugosa. Está cubierta de inscripciones, firmas, nombres, un ecosistema de aerosoles que lucha por un fragmento de superficie. Un poco por encima de mi cabeza está la primera hilera de ventanas, todas opacas, altas, vacías. La vereda es angosta. No hay árboles.
Dos segundos. Una chica en uniforme de colegio viene en dirección contraria. Camina rápido, imitando los movimientos de FTV. Los policías vuelven la mirada hacia ella, sin interrumpir la frase que están diciendo. Se oye el ruido del motor, fuerte, agresivo, pero todavía no nos damos cuenta. Llevo las manos en los bolsillos. La derecha rodea la cámara, la izquierda el celular. La campera está pesada, con tanta electrónica en su interior, y eso sin contar los documentos, las llaves, los papeles inútiles.
Un segundo. Ahora es cuando empezamos a sospechar. El motor se impone sobre todo lo demás, acompañado por un aullido de neumáticos. La chica de uniforme mira hacia su derecha, yo miro hacia mi izquierda, los policías se callan. La pared no hace nada. Sigue nublado, la lentitud de los cielos no llega a resultados con la rapidez de los humanos. Alguien grita, fuera de este reducido grupo de personajes en los que he venido pensando. Cada corazón late una vez más.
Cero segundos. El ruido no ha tenido tiempo de llegar cuando la luz nos atraviesa.
Experimento de escritura
Empieza el experimento.
A la derecha de la pantalla se refleja una ensalada iluminada que está en la pared de atrás. Una foto de ensalada. Una ensalada de luz, que simula pepinos, rabanitos, morrones, cebollla y algo verde que no puedo identificar porque la pantalla no es un buen espejo y porque en parte me lo tapa el hombro derecho.
Hay gente. Hay ruidos.
Conversaciones de las que no entiendo ni una palabra. Un hombre y una mujer a las 2200, ella medio escondida tras una columna y entregada a su celular. Él hojeando algún suplemento de los diarios que provee el lugar.
Dos mujeres a las 0000. La que está de espaldas a mí tiene el brazo izquierdo hacia atrás, doblado en ángulo muy agudo, con el antebrazo apoyado en el respaldo de la silla. Me habrá sentido describiéndola, porque ahora lo sacó. Gesticula con ambos brazos, hablándole a su compañera que no llego a ver desde acá.
Una pareja mayor (pero no mucho mayor que yo) a las 0200, sentados uno junto al otro en la mesa para cuatro. Tanto él como ella tienen un abrigo (o piloto para la lluvia) en el respaldo de la silla. Los dos abrigos son exactamente del mismo tono terracota, o zanahoria pasada. Ella se suena la nariz. Están gorditos, como yo.
Dos hombres jóvenes a las 1700, es decir casi detrás de mí. Cada uno tiene una netbook, los vi al entrar, antes de sentarme. Hay papeles sobre la mesa. Esto lo digo de memoria: hay papeles sobre la mesa, además de las cosas que les habrán puesto acá en el bar. Es una oficina.
Se paran las mujeres de las 0000. Son bonitas ambas, más la que no podía ver con su remerita blanca.
Una mujer acaba de bajar por la escalera que está a las 1900. “No hay luz en el baño”, dijo. Como estaba ocupado describiendo a otra gente, no sé qué le contestaron.
Suena la radio, una locutora y un locutor. No entiendo nada de lo que dicen, nada. Levanto la vista y veo que los dos televisores que flanquean la entrada están encendidos y sintonizan TN. Fútbol. La imagen no coincide para nada con el tono de los locutores de la radio.
Se sentó un hombre en la mesa que está justo delante de mí. Me da la espalda. Lee el diario. Está en la silla de la izquierda en la mesa para cuatro, y colgó el paraguas en el respaldo de la silla de la derecha. Esa mesa queda entre la mía y la que ocupaban las dos mujeres que se fueron.
Hay música en la radio, mientras el mozo de negro (con algunas rayas rojas) le trae un café al recién llegado.
Tengo mi propio café con leche, que todavía no toqué. Vasito de agua. Vasito de (supuesto) jugo de naranja. Una sola medialuna de manteca. Una sola porque me siento lleno.
“Una Seven Up”, dice el mozo.
La mujer que avisó sobre la falta de luz en el baño es la misma que estaba medio oculta por una columna, a las 2200, enfrascada en el celular. No la vi levantarse. Pero si la vi volver, hace un momento, a su silla. Se echó hacia atrás. Ahora la columna la tapa por completo.
Pausa para atender el café con leche y la medialuna. Voy muy rápido, llevo aquí unos doce minutos y escribí todo lo que está arriba.
*
La seven up era para otro hombre que vino a sentarse en la mesa que sigue a la pareja (mayor) de las 1400. Pelado. Debe tener mi edad. Un poco más. Flaco. Una sevenup a esta hora, las nueve y media de la mañana... No sé cómo me caería.
Empecé a escribir sobre los ruidos, pero no nombré la calle. La avenida: Cramer. Crámer. La ruidosa. Dos 113, uno tras otro, acaban de doblar a metros de la entrada, por la calle Echeverría. Esto debe ser una nota para la posteridad. Hola, Eduardo, dentro de unos años, ¿cómo estás?: estoy sentado en el bar Opíparo II, antes llamado A Tempo, en Crámer y Echeverría, en la esquina de mi/tu nueva casa, donde antes vivían mis/tus padres. Estoy probando el consejo de un libro de autoayuda para escritores que está leyendo Natalia, del que me habló anoche en su casa, durante una charla larga.
Cuando el 151 pasa rugiendo por la avenida me hace temblar el estómago.
¿Se olvidó el paraguas? Digo, el hombre que estaba aquí frente a mí. Se levantó, fue hacia la caja, lo perdí de vista, y el paraguas quedó aquí. Pero no parece que se haya ido, ¿o sí? Cuando el mozo se acerque le voy a decir.... Tal vez. A ver ahora... Sí, se lo olvidó nomás. Se lo dije al mozo, dijo “Uh”, se lo llevó a la caja. Vi el paraguas pasar por encima del mostrador.
Acaba de estacionar un camión de caja blanca justo frente a la ventana que está a mi derecha. A mi derecha hay otra hilera de mesas. Después la ventana. Después la vereda muy angosta de Echeverría. Después la caja blanca del camión, que acaba de cambiar la distribución de luz del lugar.
Sirenas en Cramer. Pero estaba escribiendo, no vi qué era. Supongo que policía.
Es un poco agotador escribir sobre lo que me rodea. Pienso en la escritura, miro la pantalla, pero levanto los ojos para mirar y vuelvo a bajarlos. Tiempo real, velocidad. TN: “Premetro interrumpido.”
En la radio está ese ruido especial de alguien que habla por teléfono. Suena todo más nervioso en la radio, perdieron el tono sereno de hace un rato.
El supuesto jugo de naranja es de verdad horrible.
Pierdo impulso, claro. Hace media hora que estoy acá, tal vez un par de minutos menos. Supongo que quedan diez minutos de batería (no traje el cable porque es incómodo, prefiero andar liviano aunque para esta laptop la liviandad es un concepto incomprensible).
TN sigue con el premetro.
Me voy. Pensando, digo, me quiero ir, pensar en otra cosa, abstraerme. Esa es otra forma de encarar esto: dejarme llevar por la corriente interna. Pero ahora mismo esa corriente está interrumpida como el premetro, tengo las antenas orientadas al exterior, me molestan e interrumpen los ruidos, y también el reflejo repentino de la bandeja plateada del mozo, que pasa entre mi mesa y la de adelante en ruta a levantar la mesa de al lado, vacía desde que llegué pero plagada de tazas, vasos, miguitas.
Alud. La palabra alud. Aludir. La palabra aludir. Paludismo. Boludo. Botulismo. ¿La vivienda de hielo de los esquimales en los crucigramas? No me sale. Qué cosa las palabras que se borran. Vamos, ¿cómo se llama eso? Uf, quiero acordarme y no me sale. Me acordé por alud, pienso que esta palabra que no recuerdo se parece a alud, pero no hay caso... ¡Iglú! Je. Iglú. Alivio. Aludio. Iglud. Igludir. Igludismo. ¡Bolud!
Igludismo tiene algo, es una palabra que merece sentido. Si no estuviera empezando a mirar la hora para irme, tal vez podría pensar en inventarle algo. (Qué forma retorcida de escribir.)
En un rato me espera Rafael, a las 10.10 de este jueves. Son las 9.47.
Qué distinta suena la radio cuando hay publicidad. Otro locutor, más entusiasta, como si la vida tuviera sentido.
Auto verde por Echeverría. Camión de La Serenísima. Camioneta de “Oxy Net”.
Proyecto: contar la gente que pasa por la calle, separando en mujeres y hombres. Tesis: pasan más mujeres. Pero no estoy seguro, tal vez es porque tiendo a mirar mucho más a las mujeres, y no necesariamente por lindas ni nada. A todas las mujeres. Los hombres son mucho menos interesantes, hay mucho menos que ver.
El mozo saluda con un beso a una mujer que acaba de entrar y que viene a sentarse en la mesa que está a mi espalda, a las 1800.
Estoy a punto de bajar la persiana. Hasta mañana.
(Uau. 1334 palabras. Algo menos de cuarenta minutos.)
[18 de marzo de 2010. El primer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]
A la derecha de la pantalla se refleja una ensalada iluminada que está en la pared de atrás. Una foto de ensalada. Una ensalada de luz, que simula pepinos, rabanitos, morrones, cebollla y algo verde que no puedo identificar porque la pantalla no es un buen espejo y porque en parte me lo tapa el hombro derecho.
Hay gente. Hay ruidos.
Conversaciones de las que no entiendo ni una palabra. Un hombre y una mujer a las 2200, ella medio escondida tras una columna y entregada a su celular. Él hojeando algún suplemento de los diarios que provee el lugar.
Dos mujeres a las 0000. La que está de espaldas a mí tiene el brazo izquierdo hacia atrás, doblado en ángulo muy agudo, con el antebrazo apoyado en el respaldo de la silla. Me habrá sentido describiéndola, porque ahora lo sacó. Gesticula con ambos brazos, hablándole a su compañera que no llego a ver desde acá.
Una pareja mayor (pero no mucho mayor que yo) a las 0200, sentados uno junto al otro en la mesa para cuatro. Tanto él como ella tienen un abrigo (o piloto para la lluvia) en el respaldo de la silla. Los dos abrigos son exactamente del mismo tono terracota, o zanahoria pasada. Ella se suena la nariz. Están gorditos, como yo.
Dos hombres jóvenes a las 1700, es decir casi detrás de mí. Cada uno tiene una netbook, los vi al entrar, antes de sentarme. Hay papeles sobre la mesa. Esto lo digo de memoria: hay papeles sobre la mesa, además de las cosas que les habrán puesto acá en el bar. Es una oficina.
Se paran las mujeres de las 0000. Son bonitas ambas, más la que no podía ver con su remerita blanca.
Una mujer acaba de bajar por la escalera que está a las 1900. “No hay luz en el baño”, dijo. Como estaba ocupado describiendo a otra gente, no sé qué le contestaron.
Suena la radio, una locutora y un locutor. No entiendo nada de lo que dicen, nada. Levanto la vista y veo que los dos televisores que flanquean la entrada están encendidos y sintonizan TN. Fútbol. La imagen no coincide para nada con el tono de los locutores de la radio.
Se sentó un hombre en la mesa que está justo delante de mí. Me da la espalda. Lee el diario. Está en la silla de la izquierda en la mesa para cuatro, y colgó el paraguas en el respaldo de la silla de la derecha. Esa mesa queda entre la mía y la que ocupaban las dos mujeres que se fueron.
Hay música en la radio, mientras el mozo de negro (con algunas rayas rojas) le trae un café al recién llegado.
Tengo mi propio café con leche, que todavía no toqué. Vasito de agua. Vasito de (supuesto) jugo de naranja. Una sola medialuna de manteca. Una sola porque me siento lleno.
“Una Seven Up”, dice el mozo.
La mujer que avisó sobre la falta de luz en el baño es la misma que estaba medio oculta por una columna, a las 2200, enfrascada en el celular. No la vi levantarse. Pero si la vi volver, hace un momento, a su silla. Se echó hacia atrás. Ahora la columna la tapa por completo.
Pausa para atender el café con leche y la medialuna. Voy muy rápido, llevo aquí unos doce minutos y escribí todo lo que está arriba.
*
La seven up era para otro hombre que vino a sentarse en la mesa que sigue a la pareja (mayor) de las 1400. Pelado. Debe tener mi edad. Un poco más. Flaco. Una sevenup a esta hora, las nueve y media de la mañana... No sé cómo me caería.
Empecé a escribir sobre los ruidos, pero no nombré la calle. La avenida: Cramer. Crámer. La ruidosa. Dos 113, uno tras otro, acaban de doblar a metros de la entrada, por la calle Echeverría. Esto debe ser una nota para la posteridad. Hola, Eduardo, dentro de unos años, ¿cómo estás?: estoy sentado en el bar Opíparo II, antes llamado A Tempo, en Crámer y Echeverría, en la esquina de mi/tu nueva casa, donde antes vivían mis/tus padres. Estoy probando el consejo de un libro de autoayuda para escritores que está leyendo Natalia, del que me habló anoche en su casa, durante una charla larga.
Cuando el 151 pasa rugiendo por la avenida me hace temblar el estómago.
¿Se olvidó el paraguas? Digo, el hombre que estaba aquí frente a mí. Se levantó, fue hacia la caja, lo perdí de vista, y el paraguas quedó aquí. Pero no parece que se haya ido, ¿o sí? Cuando el mozo se acerque le voy a decir.... Tal vez. A ver ahora... Sí, se lo olvidó nomás. Se lo dije al mozo, dijo “Uh”, se lo llevó a la caja. Vi el paraguas pasar por encima del mostrador.
Acaba de estacionar un camión de caja blanca justo frente a la ventana que está a mi derecha. A mi derecha hay otra hilera de mesas. Después la ventana. Después la vereda muy angosta de Echeverría. Después la caja blanca del camión, que acaba de cambiar la distribución de luz del lugar.
Sirenas en Cramer. Pero estaba escribiendo, no vi qué era. Supongo que policía.
Es un poco agotador escribir sobre lo que me rodea. Pienso en la escritura, miro la pantalla, pero levanto los ojos para mirar y vuelvo a bajarlos. Tiempo real, velocidad. TN: “Premetro interrumpido.”
En la radio está ese ruido especial de alguien que habla por teléfono. Suena todo más nervioso en la radio, perdieron el tono sereno de hace un rato.
El supuesto jugo de naranja es de verdad horrible.
Pierdo impulso, claro. Hace media hora que estoy acá, tal vez un par de minutos menos. Supongo que quedan diez minutos de batería (no traje el cable porque es incómodo, prefiero andar liviano aunque para esta laptop la liviandad es un concepto incomprensible).
TN sigue con el premetro.
Me voy. Pensando, digo, me quiero ir, pensar en otra cosa, abstraerme. Esa es otra forma de encarar esto: dejarme llevar por la corriente interna. Pero ahora mismo esa corriente está interrumpida como el premetro, tengo las antenas orientadas al exterior, me molestan e interrumpen los ruidos, y también el reflejo repentino de la bandeja plateada del mozo, que pasa entre mi mesa y la de adelante en ruta a levantar la mesa de al lado, vacía desde que llegué pero plagada de tazas, vasos, miguitas.
Alud. La palabra alud. Aludir. La palabra aludir. Paludismo. Boludo. Botulismo. ¿La vivienda de hielo de los esquimales en los crucigramas? No me sale. Qué cosa las palabras que se borran. Vamos, ¿cómo se llama eso? Uf, quiero acordarme y no me sale. Me acordé por alud, pienso que esta palabra que no recuerdo se parece a alud, pero no hay caso... ¡Iglú! Je. Iglú. Alivio. Aludio. Iglud. Igludir. Igludismo. ¡Bolud!
Igludismo tiene algo, es una palabra que merece sentido. Si no estuviera empezando a mirar la hora para irme, tal vez podría pensar en inventarle algo. (Qué forma retorcida de escribir.)
En un rato me espera Rafael, a las 10.10 de este jueves. Son las 9.47.
Qué distinta suena la radio cuando hay publicidad. Otro locutor, más entusiasta, como si la vida tuviera sentido.
Auto verde por Echeverría. Camión de La Serenísima. Camioneta de “Oxy Net”.
Proyecto: contar la gente que pasa por la calle, separando en mujeres y hombres. Tesis: pasan más mujeres. Pero no estoy seguro, tal vez es porque tiendo a mirar mucho más a las mujeres, y no necesariamente por lindas ni nada. A todas las mujeres. Los hombres son mucho menos interesantes, hay mucho menos que ver.
El mozo saluda con un beso a una mujer que acaba de entrar y que viene a sentarse en la mesa que está a mi espalda, a las 1800.
Estoy a punto de bajar la persiana. Hasta mañana.
(Uau. 1334 palabras. Algo menos de cuarenta minutos.)
[18 de marzo de 2010. El primer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]
13/3/12
Susto
Estaba leyendo por primera vez Galápagos, la novela de Kurt Vonnegut, y de pronto, al comienzo del capítulo 28, apareció un personaje llamado Eduardo Ximénez. ¡El susto que me pegué!
Estaba medio dormido, supongo. Era de noche, me había acostado, y si no fuera porque la novela se negaba a soltarme, hubiera dejado de leer antes de llegar hasta ahí. Pero bueno, leí, tropecé con el nombre, me sobresalté.
Vengo usando Ximenez como seudónimo desde hace años. No solo en este blog, también en varios juegos (World of Warcraft, Glitch...). Nunca lo acompaño con mi primer nombre, pero eso no impidió que me reconociera de inmediato.
En la novela, Eduardo Ximénez es un aviador que, por azar, rescata a seis niñas caníbales que se convierten en casi las únicas antecesoras de la futura humanidad. Por suerte, y hasta ahora, nada de eso se parece a mi vida. Así que no creo que Vonnegut me estuviera enviando un mensaje hace casi treinta años.
(Imagen: Wikipedia.)
Estaba medio dormido, supongo. Era de noche, me había acostado, y si no fuera porque la novela se negaba a soltarme, hubiera dejado de leer antes de llegar hasta ahí. Pero bueno, leí, tropecé con el nombre, me sobresalté.
Vengo usando Ximenez como seudónimo desde hace años. No solo en este blog, también en varios juegos (World of Warcraft, Glitch...). Nunca lo acompaño con mi primer nombre, pero eso no impidió que me reconociera de inmediato.
En la novela, Eduardo Ximénez es un aviador que, por azar, rescata a seis niñas caníbales que se convierten en casi las únicas antecesoras de la futura humanidad. Por suerte, y hasta ahora, nada de eso se parece a mi vida. Así que no creo que Vonnegut me estuviera enviando un mensaje hace casi treinta años.
(Imagen: Wikipedia.)
3/3/12
En Ñ, por Fernando Calvi
Fernando Calvi dedica su página en la revista Ñ a mi libro La Ciudad de las Nubes, y a mí. Así empieza:
La página completa se puede ver en el blog de Fernando. Es muy buena, y además un gustazo.
La página completa se puede ver en el blog de Fernando. Es muy buena, y además un gustazo.
24/2/12
Presentación de libros: Mis días con el dragón
Como se puede ver, escribí el segundo de estos libros (contando de izquierda a derecha), Mis días con el dragón. Se presenta el 2 de marzo a las 18:45 en la Sala Augusto Cortazar de la Biblioteca Nacional. Después voy a poner algo más por aquí.
Mis días con el dragón es el tercer libro mío que aparece en pocos meses, luego de La Ciudad de las Nubes y El viajero del tiempo llega al mundo del futuro (que también llega en estos días). Nunca tuve una racha de publicaciones como esta. Escribí los tres durante 2010 y 2011.
11/2/12
MW+X: Hace diez años en la Mágica Web
Hoy hace diez años que empecé mi primer blog, "La Mágica Web". Era el año 2002, cuando todo estaba en crisis (yo incluido), Facebook y YouTube no existían, y la Web no se parecía para nada a lo que es ahora. Todavía se decía "weblog", y había que explicar que era, y también había que estar un poco loco para hacer algo así.
Ahora, exactamente diez años después, empiezo a publicar "MW+X - Hace diez años en la Mágica Web". Desde hoy, aparecerán día a día los mismos posts de entonces, con comentarios, agregados, notas, actualizaciones, cuanto haga falta y se me ocurra una década más tarde y más viejo. Para empezar: las noticias de aquel día, el aspecto que tenían los diarios en la Web, la primera película de Harry Potter, una página de secuencias de humor mudas por Douglas... Pronto las cosas irán cambiando.
En MW+X escribí un artículo con más información sobre los porqués, la historia, los cambios.
24/1/12
El viajero del tiempo llega al mundo del futuro
Está llegando, y trae dibujos maravillosos de Fernando Calvi.
Cuando el libro esté disponible, voy a poner más. Por ahora, un saludo del perro-robot de la contratapa:
Atinadamente, la contratapa advierte: "Pablo, un estudiante de física, queda encerrado por error dentro de una máquina del tiempo a medio construir y viaja a 1950. Cuando logra regresar al año 2012 descubre con asombro el mundo del futuro... ¡tal como lo imaginaban sesenta años atrás! Allí lo esperan muchas sorpresas, y hasta una doble de la chica que le gusta.
Esta novela combina y descombina el tiempo, el espacio y la materia en una aventura atrapante."Cuando el libro esté disponible, voy a poner más. Por ahora, un saludo del perro-robot de la contratapa:
22/1/12
agreste: juguetes, video y música
agreste (así, con minúscula) es un proyecto de Cecilia Afonso Esteves y Micaela Marinelli. Lo describen como "una colección de juguetes de formas simples, basada en el encanto de lo pequeño y la potencia de lo mínimo." Y también con un fragmento de poesía de Juan L. Ortiz:
"Mi hijo se duerme aquí,El primer "kit" de la colección, llamado ríos y esteros, ya está a la venta (en una edición numerada de 100 ejemplares). Hay otros en camino. En el kit vienen:
a mi lado, sobre el pasto.
Y entró en el sueño entre
un lujo agreste de juguetes:
la danza de los reflejos
encendiendo y apagando
un temblor de pececillos"
- bolsita-paisaje de tela para jugar y guardarLa animación de arriba es un trabajo de Cecilia con Juan Manuel Costa. Y a mí me pidieron componer y tocar la música, cosa que hice con mucha alegría.
- 9 personajes de madera (carpincho, sapo, yacaré, irupé (3), juncos (2) y sauce llorón).
- un impreso en papel con anécdotas de cada uno de ellos.
Quien quiera bajar la música en formato mp3, puede hacerlo así: click en este link con el botón derecho, y elegir la opción "guardar enlace". (El mp3 está alojado en archive.org.)
18/1/12
12/1/12
Si lo dice el Banco Ciudad, debe ser cierto
Así son las cosas que uno no puede inventar. La captura de pantalla muestra cómo se ve, en la lista de mails, uno del Banco Ciudad que me llegó hace un rato:
Traduciendo a un idioma que no le debe tanto al publicitarish (o publicitariés): si consumís más, volás más lejos. Parece lógico, ¿no?
(¿Nadie lee lo que escriben los creativos publicitarios antes de mandárselo a trillones de personas?)
(De paso, ¿nadie registra que, mientras el creativo te dice cosas como "Vení, flaco, acercate", el gerente anuncia que "Estimado cliente, usted podrá concurrir"? Ambos codo a codo, en la misma página web.) (Las frases del paréntesis anterior están dadas a modo de ejemplo. Debe entenderse que no corresponden literalmente a algo visto en la Web del Banco Ciudad o de otros bancos, pero casi.)
Traduciendo a un idioma que no le debe tanto al publicitarish (o publicitariés): si consumís más, volás más lejos. Parece lógico, ¿no?
(¿Nadie lee lo que escriben los creativos publicitarios antes de mandárselo a trillones de personas?)
(De paso, ¿nadie registra que, mientras el creativo te dice cosas como "Vení, flaco, acercate", el gerente anuncia que "Estimado cliente, usted podrá concurrir"? Ambos codo a codo, en la misma página web.) (Las frases del paréntesis anterior están dadas a modo de ejemplo. Debe entenderse que no corresponden literalmente a algo visto en la Web del Banco Ciudad o de otros bancos, pero casi.)
5/1/12
El cursor, víctima de los campos minados
Estoy harto de las páginas Web en las que uno no sabe dónde poner el cursor porque por todas partes se despliegan cosas, se disparan audios, se agrandan publicidades.
La cuestión es peor cuando uno ve un video y, por lo tanto, la página en general pierde el foco: después hay que hacer click en algún lado para recuperarlo, pero ¿dónde? Uno busca ese pixel libre que queda entre dos avisos, o entre la barra de scroll y la última columna de cosas que se mueven.
Cuando aparece una página tranquila, con espacios vacíos, el alivio es físico, se siente desde el estómago.
¿Será posible que den más plata las páginas inundadas de publicidad agresiva, animada, que se agranda y achica en la pantalla? Y si dan más plata, ¿hasta cuándo va a durar eso? ¡Porque hasta el sitio del banco considera que me tiene que distraer con gifs animados a un paso de donde tengo que poner el monto de una transferencia!
El colmo es cuando el propio contenido toma esa actitud agresiva, se modifica al pasar uno el cursor por arriba. O no, el colmo es cuando un aviso, que se superpone a lo que quiero leer, tiene esa X para cerrarlo pero la X no funciona, no cierra, no exit, no way out, y el aviso se queda todo el tiempo que quiere hasta que supone que mis ojos no tuvieron otro remedio que mirarlo y entonces sí, se desplaza para dejarme ver el texto infame, mentiroso, mal escrito que hay abajo.
La cuestión es peor cuando uno ve un video y, por lo tanto, la página en general pierde el foco: después hay que hacer click en algún lado para recuperarlo, pero ¿dónde? Uno busca ese pixel libre que queda entre dos avisos, o entre la barra de scroll y la última columna de cosas que se mueven.
Cuando aparece una página tranquila, con espacios vacíos, el alivio es físico, se siente desde el estómago.
¿Será posible que den más plata las páginas inundadas de publicidad agresiva, animada, que se agranda y achica en la pantalla? Y si dan más plata, ¿hasta cuándo va a durar eso? ¡Porque hasta el sitio del banco considera que me tiene que distraer con gifs animados a un paso de donde tengo que poner el monto de una transferencia!
El colmo es cuando el propio contenido toma esa actitud agresiva, se modifica al pasar uno el cursor por arriba. O no, el colmo es cuando un aviso, que se superpone a lo que quiero leer, tiene esa X para cerrarlo pero la X no funciona, no cierra, no exit, no way out, y el aviso se queda todo el tiempo que quiere hasta que supone que mis ojos no tuvieron otro remedio que mirarlo y entonces sí, se desplaza para dejarme ver el texto infame, mentiroso, mal escrito que hay abajo.
2/1/12
Propiedad Intelectual vs. Resto del Mundo
James Joyce, foto probablemente en dominio público |
Está bien que ahora se pueda bajar el Ulysses (no el Ulises) sin culpa. Pero el dato es irrelevante. El 99,99999999% de la producción intelectual humana sigue atrapado bajo leyes que no están hechas para esta época.
Lo que sigue es un conjunto de observaciones dispersas sobre el estado actual de la "propiedad intelectual" y cómo afecta al mundo.
Portada del Quijote, dominio público |
El Quijote está en el dominio público. En 2004, con motivo del cuarto centenario de la obra, la Real Academia Española hizo una edición especial, con un texto revisado cuidadosamente. Fue un placer leerlo. Pues bien: el texto de ese Quijote, el de la Real Academia, el revisado, no está en el dominio público. No se puede reproducir, ni siquiera sin fines de lucro.
Valga la aclaración para aquietar la corriente de felicidad de quienes piensan en un Ulysses devuelto al mundo.
2.
Pasemos a quienes escriben en el presente.
A muchos autores poco o nada conocidos (como yo) les preocupa la "desprotección" de su obra. En especial, que cualquier sitio de la Web pueda copiársela.
Esos autores están sufriendo el engaño de décadas de propaganda. Lo mejor que le puede pasar a su obra es que se difunda.
Muchos no tienen obra publicada por la que hayan cobrado. Otros sí la tienen, pero sus libros se venden poco, o ya les han pagado por reproducir un texto en una revista y ahora no tienen nada más que cobrar. ¿De qué sirve que la obra esté escondida? ¿Acaso no sería posible que con mayor difusión el próximo libro sea más fácil de publicar comercialmente, gane más lectores, dé más plata? En otras palabras: el autor se pone feliz si alguien lo lee, aunque sea gratis. Pero quiere reservarse del derecho de autorizar a otro la difusión de su obra... aunque sea gratis.
(No digo que cada autor deba subir su obra a la Web y regalarla. Digo que pensemos un poco antes de indignarnos cuando alguien sube una obra nuestra. Muchas veces nos está haciendo un favor.)
Donald por Carl Barks, © Disney |
Hay libros, música, películas, todavía protegidos por el copyright, que siguen dando plata. ¡Bien! ¡Que sigan! No me molestaría tanto que El señor de los anillos, la discografía de los Beatles o el pato Donald sigan dando plata por cuatro siglos.
El problema es que, para que esas obras sigan dando plata, se está enterrando todo lo demás.
Imaginen un sistema en el que el copyright no fuera automático, o no se extendiera automáticamente de modo casi indefinido. Imaginen que un heredero de Tolkien, Paul McCartney o el CEO de Disney, para prorrogar sus derechos, tuvieran que decir: "Sí, me interesa que esta obra sea protegida, porque sigo ganando plata." Ok, entonces, que esa obra siga protegida, y que siga ganando plata. Al mismo tiempo, millones y millones de otras obras, que no dan plata, o que no tienen dueño, o cuyos dueños no se ocupan o no se interesan, esos millones y millones de obras podrían pasar al dominio público sin que nadie perdiera nada. Y haciendo que todos los demás ganemos mucho (aunque no sea en plata).
Hasta ahora la necesidad, o la conveniencia, de los pocos que pueden lucrar con una obra es lo que dicta la ley para todas las obras.
4.
Hay quienes piensan que la liberación de tantas obras al dominio público sería una terrible competencia para las grandes empresas que lucran con el copyright. Eso sería suficiente para que se opusieran a cualquier cambio que no extienda y amplíe el alcance de las leyes.
Ian Anderson, copyright desconocido |
Hace poco se aprobó en Europa una extensión del tiempo durante el cual las grabaciones de audio están protegidas, que era de solo cincuenta años. (Las grabaciones, no la autoría de las obras grabadas, que ya estaba protegida por más tiempo.) Si eso no se aprobaba, las grabaciones de los Beatles pronto estarían por pasar al dominio público. Es decir, se podría hacer una edición propia de un disco de ellos, pagando solo derechos de autor.
Entre los defensores más visibles de esa extensión estuvo Ian Anderson, el frontman de Jethro Tull. Uno de mis héroes de juventud.
Un argumento esgrimido para extender la protección fue que algunas estrellas de rock están envejeciendo y si dejan de cobrar royalties por sus grabaciones se quedan sin ingresos. Lo dijo Ian Anderson, y le hicieron caso.
No se me ocurre mucha gente que cincuenta años después siga cobrando por el equivalente a tocar en un disco. ¿Los actores de cine cobran por sus actuaciones de 1960 (si no tienen un contrato muy especial, que no sé si existirá)? ¿Y los actores de teatro?
Pero bueno, digamos que Ian Anderson y los músicos que lo acompañaron en el maravilloso Stand Up de 1968 merecen cobrar por esa grabación hasta que se mueran. Y que sus hijos, nietos, biznietos y demás también merezcan cobrar. Está bien.
¡Pero que eso no sumerja en la oscuridad a todas las demás grabaciones que se hicieron en el último medio siglo!
¿Qué necesidad hay de que toda grabación existente, hasta la más recóndita y olvidada, quede "protegida", y por lo tanto no se pueda copiar, reeditar, samplear? ¿No es un precio demasiado caro para que Ian Anderson y compañía sigan cobrando?
6.
Las grandes empresas discográficas y las grandes productoras de cine presionan para que las leyes de propiedad intelectual se hagan cumplir a rajatabla, y también para que se dicten nuevas leyes, más restrictivas. Ejemplos: la ley Hadopi en Francia, la ley Sinde en España, el proyecto de ley SOPA en Estados Unidos. Ok, tienen derecho a defender sus intereses, y los accionistas esperan ganar más plata, bajo amenaza de vender las acciones y pasarse a otro rubro.
El problema es que ese modelo de negocio, válido para ese conjunto de empresas, acaba afectando a toda la producción intelectual, su uso, su desarrollo, su evolución. Que una empresa proteja las películas de Tom Cruise y otra empresa proteja los discos de Britney Spears me parece fantástico. Lo que no vale es que se dicten leyes que repriman a todo el mundo y ahoguen al resto de los productos intelectuales, para que esas empresas se salgan con la suya. En todo caso, habría que pensar en otro método.
Lawrence Lessig (fundador de Creative Commons) foto por Joi Ito, licencia CC BY 2.0 |
Eso ocurre por un lado. Por el otro, cantidades crecientes de escritores, músicos, cineastas y demás han dejado de buscar formas de "proteger" su obra de la copia. Al contrario, están buscando formas de proteger su obra de las leyes de copyright. Para que nadie pueda ir preso, jamás, por copiar su libro, su disco o su película. Para alentar la reproducción, la difusión, el reúso. Para que el mundo vuelva a la normalidad.
Los programadores han logrado una maravilla que todavía no se reproduce en otras ramas del arte: el software open source, de código abierto. Software gratuito, que cualquiera puede usar, modificar, redistribuir. Con el agregado de una condición genial: quien modifica una obra (y no se limita a usarla privadamente) debe distribuir su modificación de la misma manera.
Creative Commons se ha ocupado de llevar el concepto, adecuándolo, al resto de la producción intelectual. Su eficacia está probada, pero sigue muy lejos de compensar el daño que hacen las leyes antiguas y las empresas que buscan hacerlas más antiguas todavía.
8.
El copyright se inventó cuando cualquier copia requería la producción de un objeto físico. Sobre todo, la copia de un texto escrito. La música tardó mucho en recibir esa protección, porque se reproducía ejecutando instrumentos: en todo el mundo, la música popular se transmitía sin pasar por un formato físico, y sin que la ley la alcanzara. La radio, la fotografía, la televisión, el cine, no existían. Y cuando existieron, la ley los fue protegiendo.
Hasta 1970, más o menos, las leyes de copyright solo afectaban a quienes querían lucrar con obras ajenas, haciendo ediciones no autorizadas por los autores. Por ejemplo, obligaba a una editorial a pagarle al autor para editar un libro. De manera que la ley le hablaba a muy poca gente. La copia personal, hecha para uso privado, era casi inexistente: las obras, en general y en la práctica, eran incopiables.
Entonces fueron apareciendo el cassette de audio, la fotocopia, el VHS. Las grandes empresas trataron de limitar esas tecnologías (y la fotocopia todavía hoy sigue despertando grandes inquinas). Pero la gente, en general, siguió con poca necesidad de preocuparse. Todos hicimos por entonces cassettes con antologías de canciones. Todos grabamos una película en VHS. El resultado solía ser deplorable, por la pérdida de calidad que implicaban esas copias.
Internet lo cambió todo, como sabemos. Pero ese cambio drástico tiene un aspecto que pocas veces se describe de esta forma: las leyes de propiedad intelectual pasaron a afectarnos directamente a todos los habitantes del planeta. Como si todos nos hubiésemos comprado una imprenta, una fábrica de discos, una copiadora de negativos. Ya no se trata del imprentero pícaro que saca ejemplares no autorizados. Se trata del hijo del vecino que baja canciones y series de televisión.
Además, ahora la copia es indistinguible del original. Y la copia de la copia también, para siempre.
De xkcd, por Randall Munroe, licencia CC BY-NC 2.5 |
Esta es la situación, ahora que tenemos Internet y copias inmediatas e indistinguibles del original:
Es como si de pronto todos los seres humanos aprendiéramos a volar y se nos aplicara, de un plumazo, la ley de aeronavegación.
No tengo idea de lo que dice la ley de aeronavegación. Si abro las alas de esta forma, y me elevo por entre esos edificios, ¿puedo ir preso?
Pero además, y sobre todo: ¿tiene sentido que me apliquen a mí la misma ley que a un Boeing 747?
Las leyes de copyright, y más en general las de propiedad intelectual, son complejas, poco intuitivas. Como poco intuitivo es el concepto mismo de propiedad intelectual. Y sus objetivos fueron trazados mucho antes de que alguien imaginara las posibilidades de Internet y el mundo digital.
Ya es hora de que esas leyes de otra época caduquen, y se escriban nuevas.
Cómo tendrían que ser esas nuevas leyes no lo sé. Hay gente más capacitada que está pensando al respecto con el criterio de reducir las restricciones, despenalizar a las personas, separar el producto comercial del que no lo es, dar al autor varias opciones con respecto a la distribución de su obra. Y sobre todo aprovechar las tecnologías digitales, explotarlas en vez de ahogar y prohibir sus usos.
Claro que en este proceso no participan, en general, los gobiernos ni las grandes empresas.
*
Nota:
Hice esfuerzos razonables para determinar el copyright de las imágenes, y por usar imágenes sin vulnerar derechos de otros. Estoy bastante seguro de casi todas. De la foto de Ian Anderson no logré establecer el origen ni el estado de los derechos. Tanto en ese caso como en el de Donald, estrictamente, no tengo derecho a reproducir las imágenes acá. La costumbre indica que si el dueño de los derechos respectivos me exige que las saque, las saco.
La diversidad de situaciones dadas para este pequeño conjunto de obras ayuda a demostrar lo complejo que es el tema de la propiedad intelectual así como está hoy.
Por último, siempre vale la pena aclarar que no soy abogado.
1/1/12
Desde estas hermosas playas
La versión online del diario La Nación tiene esa habilidad rara de ser una caricatura de sí misma.
Uno de los temas centrales, que viene mostrando al menos desde ayer, es este:
"¡Oh, no!", piensa uno mirando la imagen en detalle, "¡A cuánto estarán las bananas en Santa Teresita!"
Pero luego, al pasar el mouse sobre la noticia (con lo que la imagen desaparece bajo un copete, entrada, bajada, teaser, como lo llamen), descubrimos la verdad:
Claro, es La Nación. Y es la versión online. O sea, una caricatura de sí misma.
En una página interior, el artículo en cuestión confirma lo que dice el copete. Y reaparece la foto, esta vez con epígrafe explicativo:
Uno de los temas centrales, que viene mostrando al menos desde ayer, es este:
"¡Oh, no!", piensa uno mirando la imagen en detalle, "¡A cuánto estarán las bananas en Santa Teresita!"
Pero luego, al pasar el mouse sobre la noticia (con lo que la imagen desaparece bajo un copete, entrada, bajada, teaser, como lo llamen), descubrimos la verdad:
Claro, es La Nación. Y es la versión online. O sea, una caricatura de sí misma.
En una página interior, el artículo en cuestión confirma lo que dice el copete. Y reaparece la foto, esta vez con epígrafe explicativo:
Nota (varias horas más tarde):
Me acabo de fijar, y resulta que no es solo la versión online. En la versión impresa, esa es la foto principal y ese es el título más grande (aunque no el que está más arriba). Al menos, en papel se ve todo junto: foto, epígrafe, título y bajada, en ese orden.
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