James Joyce, foto probablemente en dominio público |
Está bien que ahora se pueda bajar el Ulysses (no el Ulises) sin culpa. Pero el dato es irrelevante. El 99,99999999% de la producción intelectual humana sigue atrapado bajo leyes que no están hechas para esta época.
Lo que sigue es un conjunto de observaciones dispersas sobre el estado actual de la "propiedad intelectual" y cómo afecta al mundo.
Portada del Quijote, dominio público |
El Quijote está en el dominio público. En 2004, con motivo del cuarto centenario de la obra, la Real Academia Española hizo una edición especial, con un texto revisado cuidadosamente. Fue un placer leerlo. Pues bien: el texto de ese Quijote, el de la Real Academia, el revisado, no está en el dominio público. No se puede reproducir, ni siquiera sin fines de lucro.
Valga la aclaración para aquietar la corriente de felicidad de quienes piensan en un Ulysses devuelto al mundo.
2.
Pasemos a quienes escriben en el presente.
A muchos autores poco o nada conocidos (como yo) les preocupa la "desprotección" de su obra. En especial, que cualquier sitio de la Web pueda copiársela.
Esos autores están sufriendo el engaño de décadas de propaganda. Lo mejor que le puede pasar a su obra es que se difunda.
Muchos no tienen obra publicada por la que hayan cobrado. Otros sí la tienen, pero sus libros se venden poco, o ya les han pagado por reproducir un texto en una revista y ahora no tienen nada más que cobrar. ¿De qué sirve que la obra esté escondida? ¿Acaso no sería posible que con mayor difusión el próximo libro sea más fácil de publicar comercialmente, gane más lectores, dé más plata? En otras palabras: el autor se pone feliz si alguien lo lee, aunque sea gratis. Pero quiere reservarse del derecho de autorizar a otro la difusión de su obra... aunque sea gratis.
(No digo que cada autor deba subir su obra a la Web y regalarla. Digo que pensemos un poco antes de indignarnos cuando alguien sube una obra nuestra. Muchas veces nos está haciendo un favor.)
Donald por Carl Barks, © Disney |
Hay libros, música, películas, todavía protegidos por el copyright, que siguen dando plata. ¡Bien! ¡Que sigan! No me molestaría tanto que El señor de los anillos, la discografía de los Beatles o el pato Donald sigan dando plata por cuatro siglos.
El problema es que, para que esas obras sigan dando plata, se está enterrando todo lo demás.
Imaginen un sistema en el que el copyright no fuera automático, o no se extendiera automáticamente de modo casi indefinido. Imaginen que un heredero de Tolkien, Paul McCartney o el CEO de Disney, para prorrogar sus derechos, tuvieran que decir: "Sí, me interesa que esta obra sea protegida, porque sigo ganando plata." Ok, entonces, que esa obra siga protegida, y que siga ganando plata. Al mismo tiempo, millones y millones de otras obras, que no dan plata, o que no tienen dueño, o cuyos dueños no se ocupan o no se interesan, esos millones y millones de obras podrían pasar al dominio público sin que nadie perdiera nada. Y haciendo que todos los demás ganemos mucho (aunque no sea en plata).
Hasta ahora la necesidad, o la conveniencia, de los pocos que pueden lucrar con una obra es lo que dicta la ley para todas las obras.
4.
Hay quienes piensan que la liberación de tantas obras al dominio público sería una terrible competencia para las grandes empresas que lucran con el copyright. Eso sería suficiente para que se opusieran a cualquier cambio que no extienda y amplíe el alcance de las leyes.
Ian Anderson, copyright desconocido |
Hace poco se aprobó en Europa una extensión del tiempo durante el cual las grabaciones de audio están protegidas, que era de solo cincuenta años. (Las grabaciones, no la autoría de las obras grabadas, que ya estaba protegida por más tiempo.) Si eso no se aprobaba, las grabaciones de los Beatles pronto estarían por pasar al dominio público. Es decir, se podría hacer una edición propia de un disco de ellos, pagando solo derechos de autor.
Entre los defensores más visibles de esa extensión estuvo Ian Anderson, el frontman de Jethro Tull. Uno de mis héroes de juventud.
Un argumento esgrimido para extender la protección fue que algunas estrellas de rock están envejeciendo y si dejan de cobrar royalties por sus grabaciones se quedan sin ingresos. Lo dijo Ian Anderson, y le hicieron caso.
No se me ocurre mucha gente que cincuenta años después siga cobrando por el equivalente a tocar en un disco. ¿Los actores de cine cobran por sus actuaciones de 1960 (si no tienen un contrato muy especial, que no sé si existirá)? ¿Y los actores de teatro?
Pero bueno, digamos que Ian Anderson y los músicos que lo acompañaron en el maravilloso Stand Up de 1968 merecen cobrar por esa grabación hasta que se mueran. Y que sus hijos, nietos, biznietos y demás también merezcan cobrar. Está bien.
¡Pero que eso no sumerja en la oscuridad a todas las demás grabaciones que se hicieron en el último medio siglo!
¿Qué necesidad hay de que toda grabación existente, hasta la más recóndita y olvidada, quede "protegida", y por lo tanto no se pueda copiar, reeditar, samplear? ¿No es un precio demasiado caro para que Ian Anderson y compañía sigan cobrando?
6.
Las grandes empresas discográficas y las grandes productoras de cine presionan para que las leyes de propiedad intelectual se hagan cumplir a rajatabla, y también para que se dicten nuevas leyes, más restrictivas. Ejemplos: la ley Hadopi en Francia, la ley Sinde en España, el proyecto de ley SOPA en Estados Unidos. Ok, tienen derecho a defender sus intereses, y los accionistas esperan ganar más plata, bajo amenaza de vender las acciones y pasarse a otro rubro.
El problema es que ese modelo de negocio, válido para ese conjunto de empresas, acaba afectando a toda la producción intelectual, su uso, su desarrollo, su evolución. Que una empresa proteja las películas de Tom Cruise y otra empresa proteja los discos de Britney Spears me parece fantástico. Lo que no vale es que se dicten leyes que repriman a todo el mundo y ahoguen al resto de los productos intelectuales, para que esas empresas se salgan con la suya. En todo caso, habría que pensar en otro método.
Lawrence Lessig (fundador de Creative Commons) foto por Joi Ito, licencia CC BY 2.0 |
Eso ocurre por un lado. Por el otro, cantidades crecientes de escritores, músicos, cineastas y demás han dejado de buscar formas de "proteger" su obra de la copia. Al contrario, están buscando formas de proteger su obra de las leyes de copyright. Para que nadie pueda ir preso, jamás, por copiar su libro, su disco o su película. Para alentar la reproducción, la difusión, el reúso. Para que el mundo vuelva a la normalidad.
Los programadores han logrado una maravilla que todavía no se reproduce en otras ramas del arte: el software open source, de código abierto. Software gratuito, que cualquiera puede usar, modificar, redistribuir. Con el agregado de una condición genial: quien modifica una obra (y no se limita a usarla privadamente) debe distribuir su modificación de la misma manera.
Creative Commons se ha ocupado de llevar el concepto, adecuándolo, al resto de la producción intelectual. Su eficacia está probada, pero sigue muy lejos de compensar el daño que hacen las leyes antiguas y las empresas que buscan hacerlas más antiguas todavía.
8.
El copyright se inventó cuando cualquier copia requería la producción de un objeto físico. Sobre todo, la copia de un texto escrito. La música tardó mucho en recibir esa protección, porque se reproducía ejecutando instrumentos: en todo el mundo, la música popular se transmitía sin pasar por un formato físico, y sin que la ley la alcanzara. La radio, la fotografía, la televisión, el cine, no existían. Y cuando existieron, la ley los fue protegiendo.
Hasta 1970, más o menos, las leyes de copyright solo afectaban a quienes querían lucrar con obras ajenas, haciendo ediciones no autorizadas por los autores. Por ejemplo, obligaba a una editorial a pagarle al autor para editar un libro. De manera que la ley le hablaba a muy poca gente. La copia personal, hecha para uso privado, era casi inexistente: las obras, en general y en la práctica, eran incopiables.
Entonces fueron apareciendo el cassette de audio, la fotocopia, el VHS. Las grandes empresas trataron de limitar esas tecnologías (y la fotocopia todavía hoy sigue despertando grandes inquinas). Pero la gente, en general, siguió con poca necesidad de preocuparse. Todos hicimos por entonces cassettes con antologías de canciones. Todos grabamos una película en VHS. El resultado solía ser deplorable, por la pérdida de calidad que implicaban esas copias.
Internet lo cambió todo, como sabemos. Pero ese cambio drástico tiene un aspecto que pocas veces se describe de esta forma: las leyes de propiedad intelectual pasaron a afectarnos directamente a todos los habitantes del planeta. Como si todos nos hubiésemos comprado una imprenta, una fábrica de discos, una copiadora de negativos. Ya no se trata del imprentero pícaro que saca ejemplares no autorizados. Se trata del hijo del vecino que baja canciones y series de televisión.
Además, ahora la copia es indistinguible del original. Y la copia de la copia también, para siempre.
De xkcd, por Randall Munroe, licencia CC BY-NC 2.5 |
Esta es la situación, ahora que tenemos Internet y copias inmediatas e indistinguibles del original:
Es como si de pronto todos los seres humanos aprendiéramos a volar y se nos aplicara, de un plumazo, la ley de aeronavegación.
No tengo idea de lo que dice la ley de aeronavegación. Si abro las alas de esta forma, y me elevo por entre esos edificios, ¿puedo ir preso?
Pero además, y sobre todo: ¿tiene sentido que me apliquen a mí la misma ley que a un Boeing 747?
Las leyes de copyright, y más en general las de propiedad intelectual, son complejas, poco intuitivas. Como poco intuitivo es el concepto mismo de propiedad intelectual. Y sus objetivos fueron trazados mucho antes de que alguien imaginara las posibilidades de Internet y el mundo digital.
Ya es hora de que esas leyes de otra época caduquen, y se escriban nuevas.
Cómo tendrían que ser esas nuevas leyes no lo sé. Hay gente más capacitada que está pensando al respecto con el criterio de reducir las restricciones, despenalizar a las personas, separar el producto comercial del que no lo es, dar al autor varias opciones con respecto a la distribución de su obra. Y sobre todo aprovechar las tecnologías digitales, explotarlas en vez de ahogar y prohibir sus usos.
Claro que en este proceso no participan, en general, los gobiernos ni las grandes empresas.
*
Nota:
Hice esfuerzos razonables para determinar el copyright de las imágenes, y por usar imágenes sin vulnerar derechos de otros. Estoy bastante seguro de casi todas. De la foto de Ian Anderson no logré establecer el origen ni el estado de los derechos. Tanto en ese caso como en el de Donald, estrictamente, no tengo derecho a reproducir las imágenes acá. La costumbre indica que si el dueño de los derechos respectivos me exige que las saque, las saco.
La diversidad de situaciones dadas para este pequeño conjunto de obras ayuda a demostrar lo complejo que es el tema de la propiedad intelectual así como está hoy.
Por último, siempre vale la pena aclarar que no soy abogado.
1 comentario:
Como la punta de un iceberg, tu nota da cuenta de todo lo que subyace a la cuestión de los derechos intelectuales... ¡Gracias por ayudarnos a pensar!
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