1. La muerte de Oriko
La habitación parecía iluminada por una hoja seca.
Era septiembre.
—Adiós —dijo Kotaro, y su voz le sonó a insectos atrapados, frotándose entre si. Quiso repetir la frase pero se detuvo. Mojó su dedo anular izquierdo en una vasija llena de sake y pétalos de peonías. Bajó, con ese mismo dedo, el párpado derecho de Oriko, que cedió con facilidad. Dejó el ojo izquierdo abierto, como si aún la pupila no terminara de morir y, a diferencia de lo sucedido con el otro ojo, fuera necesario esperar. Se quedó varios minutos mirando el iris. Luego se puso de pie. No supo qué hacer en esa posición, de modo que volvió a arrodillarse. Bajó el párpado que faltaba. Miró objetos duros: los labios de una muñeca de cerámica, un cuenco ensangrentado, una tetera, un cofre. Dijo, y ahora sintió que los insectos habían abandonado su voz:
—Ella fue siempre lo más importante para mí.
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