31/1/11

Encuestas

El mundo ya no es como lo conocíamos. Así lo demuestran algunas encuestas recientes, cuyos resultados son, por lo menos, inesperados.

La consultora Ring-o-mancer, en su periódica encuesta telefónica, entrevistó a 37.600 personas de todas las edades, niveles educacionales y económicos, repartidas entre las 24 provincias del país. De los varios resultados que ofrece la empresa, destaca el hecho de que el 98,5% de los encuestados tiene teléfono. (El 1,5% restante no sabe/no contesta.) Por otro lado, el 95,8% estaba en su domicilio al momento de recibir la llamada (4,2% no sabe/no contesta).

Aún más amplia y abarcadora fue la encuesta realizada por CTVTodo. En diversos programas de televisión, repartidos entre todos los canales de aire de Buenos Aires, se emitió una convocatoria a que los televidentes respondieran dos preguntas, mediante mensajes de texto enviados a cierto número. Se obtuvieron 35.781 respuestas a la primera pregunta, y 33.932 a la segunda. El detalle:

  • Primera pregunta: ¿Tiene televisor? Afirmativo: 99,4%. No sabe: 0,5%.
  • Segunda pregunta: ¿Tiene celular? Afirmativo: 99,9%. No sabe: 0,1%.

(Por razones obvias, la opción "no contesta" no se tomó en cuenta.)

Lo que se desprende de ambas encuestas, sorprendiendo a la mayoría de los expertos en comunicaciones, es que ya bien entrado el siglo XXI la televisión supera al teléfono entre los medios de comunicación (99,4% a 98,5%), pero el celular (comparativamente un recién llegado) supera a la televisión con el 99,9%. Esto era impensable durante la mayor parte del siglo XX.

Por último, la consultora Y Pensar Que Fue Un Árbol intentó realizar una encuesta desde los diarios impresos. Lamentablemente, la cantidad de respuestas (por correo tradicional) no fue suficiente para que se consideraran representativas de la población en su conjunto.

(Consideramos poco serio el aporte del blog PickAPix/BitAByte, que sostiene sin fundamento científico que todos sus lectores usan Internet.)

30/1/11

Tranquillo

La expresión "coger el tranquillo", que desde chico encontré en tantísimos libros, fue una de esas que debí interpretar como podía mientras avanzaba en la lectura. Las traducciones que solía leer, hechas mayormente en España, funcionaban como un segundo idioma, que tenía que aprender solo. Como es lógico, no todo lo interpreté bien, ni todo me resultaba comprensible.

Pero "coger el tranquillo" fue una cosa especial. Esa palabra, "tranquillo", me dejaba en blanco. No me acuerdo cuándo fue que la entendí como derivada de "tranquilo", tal vez en español antiguo, tal vez salida del latín, o quién sabe qué. Pero sé que era chico, podía tener diez años. "Coger el tranquillo", entonces, era algo así como "hacer algo con tranquilidad", o simplemente "calmarse". Con el tiempo ajusté la interpretación y entendí por fin que se trataba de "agarrarle el ritmo" a algo. El ritmo tranquilo, claro. El ritmo no acelerado. O algo así.

Ya sé que suena ridículo, pero es verdad. Y lo más ridículo todavía (e igualmente verdadero) es que esto me duró hasta hace poco, un par de años. Un par de años atrás, leyendo alguna otra cosa, me encontré con la palabra "tranquillo" como diminutivo de "tranco" (cosa que jamás en mi vida se me hubiera ocurrido, para empezar porque "tranco" no es palabra usual en mi idioma diario, y después porque su diminutivo, obviamente, es "tranquito"). Tranquillo = tranco cortito.

Sobrevino la iluminación. "Coger el tranquillo" era "acompasarse al tranquito". Es decir, "agarrar el ritmo", como ya sabía, pero derivado de "tranco", y no de "tranquilo".

Aún sabiendo que esta era la interpretación correcta, me llevó tiempo adoptarla de corazón. Todavía hoy, si encuentro a alguien "cogiendo el tranquillo", mi vocecita interior se imagina la palabra "tranquillo" pronunciada como "tranquilo" pero con una l larga, tipo italiana.

29/1/11

Petisas

Hollywood comete muchas imbecilidades a los ojos de los mortales, especialmente para los que vivimos fuera de ese espacio moralmente tan extraño que se llama Estados Unidos.

Mi favorita es la de retratar a las hijas adolescentes como petisas.

Me imagino que el fenómeno viene de tiempo atrás, y que habrá muchos ejemplos. El primero que encontré fue en la temporada inicial de la serie 24. Está Jack Bauer, un tipo de estatura normal. Está su esposa, una actriz más bien alta (como suele contratar Hollywood cuando se trata de mujeres de cerca de 40 años). Y de pronto está la hija de ambos, supuestamente de 16 años, una petisa a quien la madre le lleva algo así como una cabeza.

Ok, entiendo que quieran que se vea que es menor, que es chiquita, que es la hija. Que nadie, con la cámara a una cuadra, se la confunda con otra.

Pero al año siguiente, en los comienzos de la segunda temporada, la hija de Jack Bauer (aunque la madre ya hubiera muerto y no la tuviéramos a mano para compararla) seguía siendo petisa. Y ya no tenía esos supuestos 16 años.

Es más: la actriz que hizo de la hija de Jack Bauer sigue siendo petisa al día de hoy, porque no creció más. Tal vez a causa de que ya no tenía 16 años por ese entonces, debido a que Hollywood no contrata actrices de 16 para hacer de chicas de 16. Como las chicas de 16 pueden ser sexys y eso está mal, entonces ponen a chicas de 18, o de 20, o de 23. (Y las hacen actuar del modo lo más sexy posible sin que los anunciantes, a su pesar, se vean obligados a retirarse.)

No seguí viendo 24. Pero pronto apareció Heroes. La primera temporada nos presenta a la bonita Claire, cheerleader de 16 años. Hija de un hombre alto y de una mujer alta, la pobre Claire también quedaba al menos una cabeza por debajo.

Ahí fue que me di cuenta y que me molestó.

Claire (también representada por una actriz sexy, con curvas, mayor de 18) era petisa porque una chica de 16 no puede ser tan alta como su madre.

¿Dónde vive esta gente, la de Hollywood? ¿Qué toman para el desayuno?

Al año siguiente, otra vez, la buena de Claire seguía petisa, porque la actriz no creció más, ni crecería en los años siguientes (aunque, otra vez, dejé de ver la serie).

Ahora estoy enganchado viendo Modern Family, una comedia que empezó en 2009. Va por la segunda mitad de la segunda temporada. En la serie aparecen tres familias emparentadas, de las que una consiste en padre, madre y tres hijos.

El hijo más chico empezó con unos nueve años, y ahora debe tener diez. El actor, como corresponde, es un chico de unos diez años.

La hija del medio empezó con unos doce años, y ahora debe tener trece. La actriz, como corresponde, es una chica de unos trece años.

La hija mayor...

Bueno, la hija mayor se supone que empezó con 16, pero está representada por una actriz de 20. Sexy y, claro está, petisa. Muy petisa.

Los padres son altos, más que la media. Los hijos menores son normales. La hija mayor no, es una actriz bajita, que eligieron porque daba bien como piba de 16 y porque no tenía 16 y porque era bajita.

Ahora, un año y medio después del primer episodio, es evidente que algo no funciona. La hija mayor sigue siendo petisa, aunque me imagino que pronto cumplirá 18. La serie es exitosa, así que seguramente habrá tercera temporada. ¿Cómo van a explicar que la pobra chica no crece? Seguramente no lo van a explicar, no va a salir un ejecutivo del estudio a decir: "Miren, metimos la pata, como siempre, y lo reconocemos. Ahora les pedimos que nos disculpen y acepten que esta gente tenga una hija petisa porque sí."

La hija del medio aparece cada vez menos en la serie. Claro: esa actriz, que tiene la edad de su personaje, está creciendo. Mi impresión es que a esta altura mide lo mismo o más que su "hermana mayor", y que están tratando de ocultarlo.

Hace unos días, en el último programa que vi, aparecieron por primera vez en bastante tiempo los tres hermanos juntos. Fue evidente la serie de trucos que emplearon para que la hija mayor se viera más alta que la del medio. Estas son las escenas que recuerdo:

  • Las dos sentadas en un sofá, frente a la cámara. La mayor bien erguida. La menor ostensiblemente encorvada. La cabeza de la menor quedaba bastante por debajo de la cabeza de la mayor. Pero las rodillas de la menor parecían quedar más altas que las rodillas de la mayor.

  • Los tres hermanos subiendo una escalera. La cámara arriba, apuntando hacia abajo. La hermana mayor viene adelante. Los otros dos hermanos vienen uno o dos escalones detrás, obviamente "más bajos" que la mayor.

  • En un momento fugaz, ambas hermanas pasan por delante de los padres, caminando. La mayor le lleva fácil media cabeza a la menor. Pero (dos peros): no se les ven los pies (¿tacos muy altos para una de ellas?); y la mayor se ve más o menos de la misma altura que la madre, cuando sabemos que la actriz-madre le lleva una cabeza a la actriz-hija (lo que se comprueba en otras tomas del mismo episodio).
Lo más molesto de todo esto es que le habla a un público que supuestamente no se permite fantasear con la sexualidad de una chica de 16. A ese público le presenta una actriz adulta, disfrazada de nena, con un nivel de erotismo variable pero siempre notorio. Para eso están esas "chicas de 16", para despertar las fantasías del público estadounidense sin recibir acusaciones de pedofilia.

No todas las series caen en este recurso bajo (pun not intended) y perverso. Pero la excepción tiene que aparecer en un caso raro como True Blood, una serie muy erótica y muy violenta, de las que "estiran los límites" para la mirada de Hollywood. Allí aparece una chica adolescente (creo que de 17 años) a la que el vampiro protagonista tiene que matar y convertir. Esa chica (aunque, como siempre, esté representada por una actriz de más de veinte) es altísima.

2/1/11

Secretos

El cocinero nunca quiso revelar sus secretos. Pero, con el tiempo, muchos en la cuadra empezamos a notar:
Escasez de monedas de diez centavos.
Muchos gatos sin el ojo izquierdo.
Ni una flor en el jardín de Doña Eloísa.

21/11/10

Esos nombres

Vengo de leer For the Win, la novela más reciente de Cory Doctorow, en la versión digital que el autor regala generosamente en su sitio. Uno de los personajes centrales, el primero en aparecer, se llama Leonard Goldberg. La cuestión es que, unos capítulos más tarde, su apellido deja misteriosamente de ser Goldberg y se convierte en Rosenbaum. Su padre, que antes no había aparecido, se llama Benny Rosenbaum. De los Goldberg ya no se oye hablar... Hasta cerca del final de la novela, cuando nuestro querido Leonard recupera su apellido original (aunque en una conversación telefónica su madre tenga la ocurrencia de llamarlo Lawrence). Todo esto sin explicación, y sin relación con los temas de la novela.

Pero lo más gracioso no es la mezcla de nombres, que probablemente algún editor haya resuelto antes de que el libro llegara al papel. Resulta que en 2008 Cory Doctorow publicó una novela corta en coautoría con... ¡Benjamin Rosenbaum! (a quien sus amigos muy probablemente llamen Benny). Me pregunto cómo le habrá caído a Benjamin que el Benny Rosenbaum de la novela muera de un ataque cardíaco sin haber llegado a reconciliarse con su hijo adolescente.

De todos modos, eso sigue sin ser lo más gracioso. Ahora sí, prometo: lo más gracioso de todo es que la novela corta que Cory Doctorow y Benjamin Rosenbaum publicaron en 2008 se llama... (redoblantes...) True Names (Nombres Verdaderos).

17/11/10

Meteorito

El meteorito cae allá lejos, entre las montañas. Es de día, así que no hay espectáculo de luces. El ruido del choque tal vez llegue como un resto apagado, un rato más tarde, pero no se lo distingue entre los ruidos usuales. A las vacas y los pájaros, unicos testigos, nada de esto les importa.

Once años más tarde hay una vibración, como si un tren subterráneo pasara por debajo del campo donde otras vacas, herederas y derechohabientes de las anteriores, siguen sin preocuparse. Los pájaros se inquietan un poco, apenas. La vibración se repite, a la misma hora, el día siguiente. Y el otro día también.

Veintidós años después de la caída del meterorito se abren hoyos circulares en el suelo. Si las vacas supieran de medidas, verían que hay un hoyo cada ciento veintiún metros, y que si se los uniera con líneas se formaría un cuadriculado. Cada hoyo tiene once centímetros de diámetro. El interior de los hoyos se ve negro. Si los pájaros tuvieran interés en ciertas cuestiones, sabrían que las medidas indican un origen humano.

A los treinta y tres años del primer evento, los hoyos que no han sido cubiertos por una cosa u otra se cierran. Algo que viene desde abajo los clausura. A los pájaros esto no les cambia nada. Las vacas pueden andar más tranquilas, pero ni siquiera se dan cuenta.

A los cuarenta y cuatro años no pasa nada.

A los cincuenta y cinco años hay una tormenta eléctrica como nunca se ha visto en la región. Los rayos duran once minutos. En ese tiempo cae exactamente un rayo en todos y cada uno de los sitios donde antes había hoyos. Algunas vacas y algunos pájaros sufren heridas.

A los sesenta y seis años se firma un tratado de paz.

16/11/10

Tersos versos

Divertido el Diccionario Inverso. Por ejemplo, tiene 37 palabras terminadas en aña y 30 palabras terminadas en año. Es tan útil para escribir pavadas...
Hay una alimaña
en medio del baño.
Tiro una pestaña
y no le hace daño.

*

Con el paso del tiempo las agujas del reloj se van poniendo blandas, imprecisas. Empiezan a aceptar sobornos. Se quedan dormidas, y yo las acompaño.

*

Junta las cenizas con la palita y las echa a la basura. Así termina de deshacerse de esas palabras que no quiere usar más.

*

Se multiplican los mensajes. "Hola" por "Adiós" da encuentros imposibles. "A las dos" por "No te quiero más" da lágrimas a la hora de la siesta.

*

La sangre en la puerta. La mecha encendida. El eco de los gritos. La multitud. Nada.

*

El río pasa a seis metros de altura. Va adelantado. Salpica todo. Cuando la luz del sol lo atraviesa podemos ver los peces que nadan contra la corriente. Las piedras que arrastra caen sobre tu cabeza y la mía.

La mosca

A mitad de la tarde el hombre sigue caminando junto a las vías abandonadas. Pasa un árbol, una casa, otro árbol. Dos perros se acercan a olerlo, se decepcionan y siguen viaje. El sol hace brillar las gotas de sudor que le cubren la frente. Una nube blanca, último resto de la tormenta de ayer, avanza con él a su derecha. De vez en cuando, el hombre camina entre las vías buscando un paso que coincida con el ritmo regular de los durmientes, pero su música es otra y tiene que volver al costado, a los yuyos que crecen de la grava.

Otra gente no hay.

Desde hace horas lo acompaña una mosca. La mosca revolotea a su alrededor, recorriendo una distancia muchas veces más grande que los pasos de él. Se entretiene entre sus pies, le rodea la cintura, aterriza en un hombro, parece inspeccionar la forma en que el sudor de la frente amenaza atravesar las cejas en dirección a los ojos. Desaparece de la vista para volver unos metros más allá. Si el hombre aún no se cansa, la mosca se cansa todavía menos.

La última casa se habrá perdido de vista ya a espaldas del hombre, que no mira hacia atrás. Los árboles, en cambio, van creciendo en número y en confianza, hasta llegar a pocos metros de las vías. Hasta hace un rato, todos los árboles quedaban al otro lado de las alambradas. Ahora hay alguno, cada tanto, que no tiene dueño.

La mosca no deja de volar, siempre en silencio. Se podría decir que no pide nada, pero su presencia es demandante: hay que mirarla, y si uno no la mira igual la ve. Y aunque ni siquiera la oiga se da cuenta del movimiento velocísimo de las alas, de los infinitos cambios de rumbo, de la obstinación.

El hombre se seca la frente con la manga, y así se da cuenta de que se acerca el momento de detenerse a descansar a la sombra. Ahora que empezó la lucha contra el sudor, no se puede esperar al anochecer.

El siguiente árbol no se ha refugiado del lado de los dueños del campo. Ahí está, tronco, raíz gruesa al aire, copa primaveral. El hombre se detiene, gira noventa grados, baja al pie del terraplén y camina en diagonal hacia el lugar de la sombra. La mosca va con él.

El hombre aspira hondo. Se inclina hacia el tronco, apoya el antebrazo en la corteza y la cabeza en el antebrazo. La mosca da una vuelta al árbol. El hombre se dobla por la cintura, empieza a plegar las piernas y mientras gira el cuerpo se deja resbalar hacia abajo hasta apoyar las nalgas en la tierra y la espalda en el tronco. Cierra los ojos, mira el interior oscuro en dirección a las cejas como si estuviera por dormirse.

La mosca se le posa en la nariz.

El hombre abre los ojos.

La mosca levanta vuelo y gira en círculo frente a él.

Sin pensar, el hombre levanta las manos y se prepara para aplastar la mosca de un solo aplauso. Y es sin pensar porque podía haberlo hecho tantas veces en las últimas horas. No estuvo esperando el momento oportuno. No estuvo calculando posibilidades ni estudiando los movimientos de la mosca. Nada. Sólo que ahora, sentado, sin otra cosa que hacer más que juntar fuerzas para seguir caminando, las manos se le acomodan solas en el aire. Y da el golpe.

Uno solo es suficiente.

El hombre deja las manos unidas, ahora que se da cuenta de lo que ha hecho. Es como si otra capa de soledad cayera sobre él. Ahora, lo único que puede hacer es separar las palmas, frotarlas una contra otra y luego contra el pantalón. Y conseguir otra mosca en alguna parte. Pero no, las palmas siguen unidas un segundo de más, y otro, y tal vez un minuto entero.

Entonces el hombre siente un hormigueo en la mano derecha. Dentro de la mano. El hormigueo sube por el dedo mayor, vuelve a bajar, recorre el lado opuesto al pulgar, alcanza la muñeca y empieza a recorrer el antebrazo. Como la mosca, el hormigueo no es rectilíneo, va y viene, da vueltas, parece siempre arrepentido. Pero, como la mosca, termina avanzando. Ahora alcanza la altura del codo.

No es hormigueo, es revoloteo.

El hombre separa las manos. No hay rastros de la mosca. El hombre se pone de pie y sacude el brazo con fuerza. El revoloteo desciende otra vez hacia la muñeca, pero ahora que ha aprendido el camino no le lleva más que un momento alcanzar otra vez el codo y seguir trapando.

Como si el hombre fuera hueco, el revoloteo recorre el lado interno de los bíceps, se detiene por dentro de la axila, entra al tórax. El hombre se sacude, se rasca, se golpea. El revoloteo le atraviesa el corazón y llega al otro brazo, vuelve atrás, le hace cosquillas por debajo de la piel de la espalda, llega al riñón derecho.

El hombre se echa al piso, gira sobre sí mismo a un lado y a otro. Nada cambia. La mosca, si es que es ella, no puede marearse. La mosca puede girar toda la vida y no darse cuenta.

Mientras el revoloteo le recorre el estómago y el esternón, el hombre queda boca arriba, brazos a los costados. Echa la cabeza hacia atrás, separando el cuello del suelo. Llena los pulmones de aire. Grita.

Y grita, y sigue gritando.

El revoloteo, la mosca, sube y baja con rapidez, como buscando una salida, hasta que encuentra la garganta. El grito se interrumpe. El hombre tose.

La siente. Es la mosca, y está atrapada entre la lengua y el paladar. Se agita, mueve las alas. El hombre gira la cara a un lado y escupe.

La mosca choca contra una hoja seca que ha caído del árbol, da vueltas sobre sí misma como hizo el hombre hace un momento, y levanta vuelo. El hombre todavía no puede levantarse. Aprieta los labios y la mira mientras va y viene, va y viene, va y viene.

15/11/10

Julio Viernes

Escritor francés, nacido un viernes de julio. Autor de novelas de aventuras ideales para el fin de semana. Algunas de sus obras:

Vieja al centro de la Tierra. Relato escalofriante sobre la crueldad a que son sometidas algunas ancianas, sobre todo en los volcanes de Islandia.

Veinte mil lenguas de viaje submarino. Recorrido por los océanos en un insospechado medio de transporte. Delicioso.

Miguel Strogoff, correo del azar. Descarnada denuncia sobre el funcionamiento del servicio postal en Rusia.

Cinco semanas en lobo. Travesía del continente africano a lomos de un animal que jamás se había visto en ese continente.

De la tierra a la lona. Historia de la evolución del picnic, desde los tiempos primitivos en que los sandwiches se llenaban de mugre, hasta llegar a las comodidades de la vida moderna.

La vuelta al mundo en ochenta tías. El derrotero de un hombre que decide visitar a toda su extensa parentela.