Tras incontables aventuras, aquí están los cuatro piratas en posesión de la llave que tanto han buscado. Ante todo, el Capitán Pirata Camisa Negra. (No sé si ya lo dije, pero a los piratas les encantan los títulos y, sobre todo, las mayúsculas.) Y con él sus cómplices, el Pirata Camisa Roja, el Pirata Camisa Verde y el Pirata Camisa Azul, también conocidos como los Haces de Luz (o los Ases de Luz, nunca está del todo claro).
Así como ellos no son cualquier grupo de piratas, la llave no es cualquier llave. Según la leyenda, esta llave puede abrir todas las puertas del castillo del Rey Rey, hasta llegar a la habitación secreta en la que cada aventurero encontrará su recompensa.
Claro que las leyendas no lo dicen todo. Por ejemplo, ahora mismo están los cuatro piratas ante la primera puerta del castillo del Rey Rey, y con ella ante un problema que no esperaban. En la puerta hay siete hileras de cerraduras, con nada menos que veintisiete cerraduras por hilera. La llave entra en todas. Lo primero que ha hecho el Capitán Pirata Camisa Negra fue meter la llave en cada cerradura, girarla, y esperar a que pasara algo. Y nada.
Así que ahí se los ve, sentados frente a la puerta, mientras se rascan la cabeza. Hasta que el Pirata Camisa Roja, como encendido por una luz interior, da un salto y exclama:
—¡Ya entendí!
Los otros lo miran un poquito asustados, y esperan que se explique.
—Veintisiete cerraduras en cada hilera —dice el Pirata Camisa Roja, excitado—. ¿De qué otra cosa hay veintisiete?
—Lunares en la espalda de Clarita —dice el Capitán Pirata Camisa Negra, con nostalgia en los ojos.
—¡Letras en el abecedario! —retruca el Pirata Camisa Roja—. Y siete hileras. ¿De qué otra cosa hay siete?
—¿Lunares en la frente de Anastasia?
—¡Días de la semana! —dice el Pirata Camisa Roja—. Así que sólo debemos abrir ciertas cerraduras, no todas. ¡Las iniciales de los días de la semana!
Esta vez el Capitán no dice nada. Ninguno dice nada, mientras el rascarse la cabeza va en aumento y se convierte en un zumbido constante. El Pirata Camisa Roja termina su explicación:
—En los calendarios, la semana empieza el domingo. Así que en la primera hilera debemos abrir la cerradura número cuatro, que corresponde a la letra D, que es la inicial de...
—¡Ya entendí! —salta el Capitán Pirata Camisa Negra, y de inmediato mete la llave en la cuarta cerradura de la primera hilera. La gira. No pasa nada. El Capitán parece desorientado.
El Pirata Camisa Roja le quita la llave y la usa en otras cerraduras, mientras dice:
—En la segunda hilera, la cerradura número doce corresponde a la L, de lunes. En la tercera hilera...
Tras la séptima cerradura, como corresponde a un buen cuento, la puerta se abre.
Palmeándose mutuamente las espaldas, los cuatro piratas se lanzan al otro lado, para encontrar...
Otra puerta.
Esta vez hay cinco hileras de cerraduras. Diez cerraduras en cada hilera.
Sentarse. Rascarse la cabeza. Se está haciendo rutina.
—¡Eureka! —grita un momento después el Pirata Camisa Verde—. ¡Las diez cerraduras de cada hilera corresponden a los números del 0 al 9!
El Capitán abre la boca para decir algo, probablemente sobre Nuria, pero el Pirata Camisa Verde le gana en velocidad.
—Y las cinco hileras corresponden a los cinco sólidos pitagóricos.
Los otros piratas se revuelcan en el piso de la risa.
—¿Los qué? —dice el Capitán—. Para mí que son los cinco luna...
—Tetraedro —interrumpe el Pirata Camisa Verde, con la autoridad que le da su repentina luz interior—, cubo, octaedro, dodecaedro, icosaedro. ¡Los cinco cuerpos geométricos regulares!
Nadie entiende mucho, pero ya sabemos que al final la gente se rinde ante semejantes muestras de sabiduría, así que el Capitán opta por darle la llave al Pirata Camisa Verde, quien ejecuta lo que ya podemos ir llamando Ceremonia de Apertura.
—El primer sólido, el tetraedro, tiene cuatro caras, así que abro la cerradura que corresponde al cuatro.
La cosa se complica un poco con los últimos sólidos, porque resulta que tienen doce y veinte caras, y no hay tantas cerraduras.
—Pero el doce se forma con un uno y un dos —vuelta, vuelta—, y el veinte con un dos y un cero —vuelta, vuelta—, y así...
Los cuatro se lanzan al nuevo pasillo, al final del cual...
Sí.
La tercera puerta tiene cuarenta y una cerraduras por hilera, y un total de once hileras.
Sentarse. Rascarse. Lo de siempre.
—No recuerdo que Estela ni Padma... —empieza el Capitán.
Pero de nuevo lo interrumpen. Es el turno del Pirata Camisa Azul, quien con aire de conocedor toma la llave de las manos temblorosas del Capitán y anuncia:
—Cuarenta y uno son los dioses del archipiélago de las Permuntrimerbaldas, que son once islas distribuidas en una línea de norte a sur.
Todos mudos, como es lógico.
Brevemente: el Pirata Camisa Azul gira la llave en una cerradura bien elegida de cada hilera, y la puerta se abre.
¡Sorpresa! Al otro lado los espera un gran aplauso.
Los que aplauden son el Rey Rey, su esposa la Reina Reina, las bellas hijas del Rey y la corte entera del reinado. Todos eufóricos en sus grandes sillones de oro y terciopelo, en la sala del trono.
Los piratas entran agradeciendo los aplausos pero, debemos reconocer, un poco confundidos.
—Adelante, señores —los anima el Rey—. Ha llegado el momento de que cada uno de ustedes reciba su recompensa por haber resuelto los grandes problemas de las puertas. ¡Llevábamos siglos sin poder abrirlas!
—Así que la leyenda era cierta —dice el Capitán—. ¡Cada uno recibirá su recompensa!
—Correcto —dice el Rey, y enseguida señala al Pirata Camisa Roja—. Usted, caballero, ha sido el primero en comprender que se trataba de problemas de lógica, y en desentrañar el método correcto para resolverlos. ¡Como recompensa, en este mismo acto lo nombro Ministro de Acertijos!
El Pirata Camisa Roja empieza a saltar en círculos de la alegría.
—¡Lo que siempre soñé! —repite una y otra vez.
—En cuanto a usted —el Rey señala al Pirata Camisa Verde—, nos ha demostrado su profundo conocimiento de la matemática. ¡Como recompensa, lo nombre Ministro de Objetos Regulares! Y ya que estamos, ¡también Ministro de Loterías!
—¡Sí! —grita el Pirata Camisa Verde, mientras se echa a llorar—. ¿Cómo supo que eran mis dos grandes pasiones?
—Usted —el rey se dirige al Pirata Camisa Azul—, probó sobradamente su maestría en cuanto a los dioses de este extenso mundo nuestro. ¡Desde hoy será Ministro de Teología y Mapas!
—¡Eso! —exclama el Pirata Camisa Azul, mientras en un impulso se lanza a abrazar al Rey Rey. Dos guardias se apuran a alejarlo.
—En cuanto a usted... —y aquí el Rey hace una pausa, mientras señala al Capitán Pirata Camisa Negra—. Lamentablemente, este cuento no nos dice nada sobre sus habilidades. ¡No sé cómo elegir una recompensa!
—Pero, Majestad —empieza a protestar el Capitán. Los guardias le hacen señas de que debe quedarse callado.
—Esperaremos, entonces —dice el Rey Rey—. Será alojado en una torre de mi castillo, y en cuanto sepamos en qué se destaca, recibirá lo que merece.
Y así es, con lo que el cuento ya está por terminar. Lo último que sabemos es que el Capitán Camisa Negra pasa días y noches a solas, en lo alto de una torre. Al principio su mirada vaga por el horizonte, como con melancolía.
Pero, tal vez por la misma melancolía, la mirada del Capitán ha ido cayendo. Ya no apunta al horizonte sino al patio de abajo, donde cada tarde las bellas hijas del rey se dedican a practicar ballet.
(Publicado originalmente en Billiken N° 4699, 5 de marzo de 2010.)
2 comentarios:
¡Buenísimo! Y eso que no pude evitar identificarme con el Capitán, aún a pesar de su ¿triste? final.
¡Gracias, AE!
En cuanto al Capitán, me parece que no le faltarán oportunidades de seguir contando lunares.
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